lunes, 7 de marzo de 2011

René Descartes

Esquema:
1. La Edad Moderna
2. Contexto de Descartes
3. Teoría del conocimiento
4. Metafísica
5. Antropología
6. Ética

1. La Edad Moderna

Del Siglo de las Luces procede la idea de que el Renacimiento supuso un corte radical con una Edad Media dominada por el oscurantismo y la superstición. Sin embargo, es una idea inexacta, ya que en la Edad Media estaba el germen de la Modernidad.
En concreto, el movimiento nominalista del siglo XIV abrió las puertas a los planteamientos de la Edad Moderna: primacía del ser individual frente a los conceptos universales, problematización del conocimiento e independencia del Estado frente a la Iglesia.


Ockham y el nominalismo

El franciscano Guillermo de Ockham (1280-1349) realizó una crítica radical a la Escolástica e introdujo conceptos claves en el desarrollo de la posterior filosofía moderna. El proyecto tomista de armonizar la razón y la fe, la filosofía y la teología, se vio gravemente cuestionado por Ockham, debido a llevar hasta las últimas consecuencias el atributo de la omnipotencia divina. Veremos los puntos más importantes de su pensamiento:

· Voluntarismo. La voluntad de Dios está por encima de su entendimiento, pues, en caso contrario, no sería omnipotente. Dios puede hacer todo lo que quiera con tal de que no vulnere el principio de no contradicción.
· Contingentismo absoluto. Ockham rechaza el ejemplarismo de San Agustín, según el cual hay unas ideas ejemplares en la mente de Dios –las Ideas platónicas. Según Ockham, si Dios creara a partir de unas ideas previas, entonces su poder quedaría limitado por ellas.
· Nominalismo. Ockham niega cualquier tipo de existencia de los conceptos universales (ideas, esencias), aunque sean entendidos aristotélicamente como abstracciones. Para Ockham, lo único que existe son los seres individuales. Los conceptos universales son, pues, meros signos lingüísticos convencionales.
· El principio de economía. La negación de entidades metafísicas como esencias, categorías, relaciones causales, etc., siguió el principio de la llamada navaja de Ockham: «no deben multiplicarse los entes sin necesidad».
· El intuicionismo. El conocimiento intuitivo, que capta de manera sensible a cada ser individual, es el fundamento del conocimiento. Esta idea de Ockham tuvo extraordinaria importancia para el desarrollo de la ciencia empírica.
· El problema de la certeza. Debido a su omnipotencia, Dios podría producir en nosotros la intuición de un objeto que en realidad no existiera. Por tanto, la certeza subjetiva no implica necesariamente la verdad de lo que creemos cierto.
· Fideísmo. La razón se ocupa del campo de la naturaleza, mientras que la fe se ocupa de lo sobrenatural. Los argumentos racionales son incapaces de demostrar las verdades de fe.
· Separación del Estado y la Iglesia. El Papa es falible, por lo que la legitimidad del emperador no ha de depender de su nombramiento por el Papa. El poder civil debe ser autónomo y absolutamente independiente del poder espiritual.



El Humanismo renacentista

En la Edad Moderna, la idea de Hombre será un eje central del pensamiento. Un hombre entendido de manera intemporal, no como el hombre producto de la Historia o de la Sociedad que nos traerá el siglo XIX.
El Humanismo Renacentista fue un movimiento que surgió a partir de nuevas traducciones de textos grecolatinos. La invención de la imprenta por Gutenberg (1445) fue clave para la difusión de la cultura del Renacimiento. Oponiéndose al predominio medieval de la teología, el humanismo dará mayor valor al ser humano y a la naturaleza por sí mismos, al margen de lo sobrenatural.
La relectura de Platón dará lugar a un nuevo neoplatonismo de corte panteísta. Se empezará a considerar la Naturaleza como algo en sí mismo divino, y al Universo como infinito.
Giordano Bruno (1548-1600), uno de los defensores de estas tesis panteístas y del geocentrismo, fue condenado por la Inquisición a morir en la hoguera. Este tipo de represiones al libre pensamiento les hará a los filósofos del siglo XVII muy prudentes. La cautela será una aptitud necesaria para gozar de una cierta libertad en aquellos tiempos de guerras de religión y persecuciones fanáticas: bien vive quien bien se esconde (Descartes).





El giro gnoseológico

Si en la Antigüedad el problema central de la filosofía era la explicación de la Realidad (ontología), y en la Edad Media la idea de Dios (teología), en la Edad Moderna el problema central será el de cómo es posible el conocimiento (gnoseología).
Tanto Aristóteles como Tomás de Aquino entendían el conocimiento como una adecuación del intelecto a la cosa. Para la filosofía moderna, este concepto de la verdad como adecuación o correspondencia será criticado por demasiado ingenuo: ¿cómo podemos estar seguros de que nuestros contenidos de conciencia –es decir, las ideas que pasan por nuestra mente– se corresponden con unos supuestos objetos externos? ¿Y si los sentidos nos engañan? ¿Y si todo lo que percibimos no es más que una ficción, una alucinación o un sueño?
La importancia del sujeto individual en el pensamiento moderno da paso a un subjetivismo en la gnoseología, y al problema de la certeza. ¿Cómo podemos estar seguros de que nuestras certezas subjetivas se corresponden con la realidad objetiva? ¿Cómo podemos salir del ámbito de nuestra propia conciencia siendo tan incierto el mundo de las realidades externas a nosotros mismos? El peligro consistiría en acabar reconociendo que, más allá de nuestra conciencia, nada podemos conocer; nuestra conciencia sería, de ese modo, una cápsula en la que estaríamos encerrados y de la que no podríamos salir (solipsismo).
En la Edad Moderna, habrá dos maneras distintas de enfrentarse al problema de la certeza:
1. Racionalismo. Da prioridad al conocimiento racional sobre el sensible. En la estela de Parménides y Platón, los racionalistas consideran que los sentidos no nos ofrecen un conocimiento seguro y que, por tanto, sólo podemos estar totalmente ciertos del conocimiento deductivo propio de las ciencias formales (lógica, matemáticas).
2. Empirismo. La prioridad, en este caso, es del conocimiento sensible. Nuestros errores son causados porque distorsionamos los datos que nos ofrecen nuestros sentidos, ya sea por los prejuicios de la tradición y la autoridad, ya sea por conceptos vagos e inconcretos. Hay que aplicar la navaja de Ockham: debemos ser fieles a los hechos sensibles sin añadirles entidades abstractas que no procedan de ellos mismos y sus relaciones.


El espíritu del capitalismo

La burguesía, que había comenzado a ascender en la baja Edad Media, va alcanzando, poco a poco, la hegemonía social, hasta que obtenga el poder político mediante las revoluciones liberales.
A partir de la apertura del Mediterráneo por las Cruzadas y de la producción de monedas, fue naciendo la sociedad de mercado. El mercantilismo considerará factor primordial de riqueza la moneda en sí. El pago en moneda irá erosionando las relaciones feudales, ya que los ricos de las ciudades (burguesía) detentarán el poder económico sin tener privilegios asociados al origen familiar.
Los viajes comerciales de larga distancia eran empresas muy rentables, pero requerían inversiones cuantiosas para ser financiados. La necesidad de capital reunió a los grandes mercaderes en compañías privadas. Estas sociedades mercantiles desarrollaron el transporte terrestre y la construcción naval, y constituyeron agencias en países extranjeros. El nuevo tipo de empresa necesitaba administrarse mediante procedimientos de cálculo contable muy refinados. Surge la concesión de créditos y las cartas de pago (antecedente de las letras de cambio).
La acumulación de capital condujo a la creación de bancos. El capitalista (a la vez comerciante, banquero e industrial) promovía empresas de exportación propias, suministrando a trabajadores asalariados las materias primas y las herramientas, pero reservándose la venta del producto acabado. El capitalista tendió a obtener más monopolios y mayor influencia política, a veces en contraposición con los intereses del Estado.
El hombre medieval se concebía a sí mismo como siervo de Dios, y se veía inscrito dentro de un orden social preestablecido e inamovible. En cambio, el hombre burgués del capitalismo se caracterizará por los siguientes rasgos:

· Un fuerte individualismo.
· Tendencia al cálculo y al método.
· Instrumentalización de la razón. Las personas y la naturaleza no son vistas como fines en sí mismos, sino como medios para otros fines (en particular, los económicos).
· Se creerá en un progreso infinito de la humanidad basado en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
· El predominio de la razón tecno-científica provocará una desmitologización, un desencantamiento del mundo.
· Debido a la idea de progreso, el hombre de la civilización europea se creerá justificado para dominar a los seres humanos de sociedades que considere «menos desarrolladas». Esto justificará el colonialismo e incluso la esclavitud.


La reforma luterana

Martín Lutero (1483-1546), estudioso de Ockham, fue un reformador religioso alemán que se opuso a la Iglesia Católica. Criticó la desmesurada riqueza de la Iglesia Romana y la corrupción que suponía la venta de indulgencias. Las siguientes tesis suyas dieron origen al protestantismo:

· Las Escrituras –que él mismo tradujo al alemán– son la norma única de fe, no los hombres que las interpretan.
· El hombre no se salva por las obras, sino por la fe.
· El hombre no es libre, sino que está predestinado.
· Todo cristiano es sacerdote (sacerdocio universal).
· Los cristianos deben obedecer a la autoridad política (obediencia pasiva).

En sus inicios, la religión luterana tuvo un fuerte componente revolucionario. Se extendieron por Alemania revueltas de campesinos en contra de los «príncipes». Por esta razón, Lutero acuñó posteriormente la idea de la obediencia pasiva. Este concepto les pareció a algunos príncipes alemanes muy útil para sofocar las revueltas populares, y, así, muchos de ellos abandonan el catolicismo y se hacen luteranos.
La respuesta católica al protestantismo fue el movimiento conocido como Contrarreforma. La creación de la Orden de los Jesuitas desempeñó un papel muy importante en la renovación de la Iglesia. Descartes recibió su primera educación en un colegio jesuita.
La diferencia de religión entre los «príncipes» alemanes provocó la guerra de los Treinta Años (1618-1648), en la que participó Descartes. Esta guerra se convirtió en una disputa entre las naciones europeas por el dominio del continente. Como resultado de la contienda (Paz de Westfalia), se estableció la tolerancia religiosa, y España perdió la hegemonía europea en beneficio de Suecia, los Países Bajos y Francia –una Francia que, aunque católica, acabó cambiándose al bando protestante por su rivalidad con España.


La revolución científica

En la Edad Moderna, el ataque a la idea aristotélica de la causa final desemboca en el mecanicismo. Los fenómenos naturales son explicados por el cálculo matemático y las causas eficientes, como si toda la Naturaleza fuera una gran máquina. Los filósofos mecanicistas adaptaron el atomismo griego para convertirlo en filosofía corpuscular: las características de los cuerpos y sus fenómenos se explican por los movimientos de partículas materiales (indivisibles o no, según los autores) llamadas corpúsculos (o átomos).
Tres científicos importantes en la ciencia moderna anterior a Newton fueron Copérnico, Kepler y Galileo. Veamos sus aportaciones.
Nicolás Copérnico (1473-1543) propone, en Sobre las revoluciones de las órbitas celestes (1543) el heliocentrismo en lugar del geocentrismo. Sin embargo, seguía considerando que las órbitas de los planetas son circulares.
Johannes Kepler (1571-1630) perfeccionó el sistema copernicano mediante el establecimiento de tres leyes: 1) la órbita de planeta es una elipse, con el sol situado en uno de sus focos; 2) el radio vector del planeta barre espacios iguales en tiempos iguales; 3) la proporción de los cuadrados de los períodos orbitales de cualesquiera dos planetas equivale a la proporción de los cubos de las distancias medias de los planetas respecto al sol.
Galileo Galilei (1564-1642) aplicó el método hipotético-deductivo a la investigación científica. La ciencia no será observación pasiva, sino que se requerirá la construcción, por parte del científico, de experimentos muy controlados y, además, concebidos en ciertas condiciones ideales (por ejemplo, en planos inclinados sin fricción ni rozamiento del aire). Además, propone las matemáticas como lenguaje propio de la ciencia: «el gran libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos».
En el campo de la astronomía, Galileo defendió el sistema heliocéntrico copernicano, tesis de la que tuvo que abjurar y por la que sufrió la condena de arresto domiciliario. Utilizó el recién inventado telescopio para examinar los astros. Así, terminó con la creencia en la perfección del mundo celeste, ya que constató la existencia de montañas en la Luna y de satélites en Júpiter.

El método hipotético-deductivo
Problema
Hipótesis
Deducción de una consecuencia
Contrastación
Confirmación
Falsación
Ley
En el campo de la Física, la importancia de Galileo no fue menor. Dio el tiro de gracia al finalismo aristotélico mediante su formulación del principio de inercia: cuando no se imprime ninguna fuerza a un cuerpo, este permanece en estado de reposo o se mueve en línea recta con velocidad constante. Además de la inercia, Galileo formuló el principio de aceleración: las fuerzas aplicadas a los cuerpos no les imprimen velocidad, sino aceleración, siendo esta aceleración el resultado directamente proporcional a la fuerza que las han originado.


El absolutismo político


Nicolás Maquiavelo (1469-1527) deslindó el campo de la política del de la ética y la religión. Describió las principales características del moderno Estado burgués, basándose en el estudio de los mecanismos de poder realmente utilizados por los «príncipes» de su época. Su intención era la de conseguir la creación de un Estado fuerte capaz de unificar, bajo el mando de un príncipe, los pequeños estados y ciudades-estado de Italia, lo que sólo se conseguiría bajo el poder y la acción de un personaje excepcional, el príncipe, capaz de imponer una monarquía absoluta amparada por la razón de Estado. La razón de Estado legitima que la autoridad política pueda recurrir a medidas extraordinarias aunque estén en contra de la Ley.
Maquiavelo sostiene un pesimismo antropológico. Considera que en todos los hombres se dan unas determinadas tendencias que les impulsan, bien a aspirar al poder (tendencia dominante en los jefes o «príncipes», si saben dominarlo y conservarlo), bien a aspirar al orden y la seguridad (tendencia dominante en los naturalmente súbditos). Pero puesto que considera que la naturaleza humana es fundamentalmente corrupta (influencia del pensamiento cristiano y del estigma del pecado original), piensa que el príncipe, para dominar a los súbditos y cohesionar la sociedad, es quien tiene que imponer el orden, a través de la coacción y la fuerza si es preciso.

Thomas Hobbes (1568-1679) también defiende un pesimismo antropológico: el hombre es un lobo para el hombre. El hombre sin Estado, o sin sociedad constituida, se halla en un estado de «guerra de todos contra todos». A esto llama Hobbes estado de naturaleza. En una situación así, el hombre tiene derecho «a todo», incluida la vida de los demás. Sin embargo, en un estado tal de naturaleza el hombre no deja de ser racional y, por ello, la razón le impulsa a salir de ese estado y a observar unas leyes naturales:
1) El hombre ha de buscar la paz por todos los medios posibles.
2) El hombre ha de saber renunciar a sus derechos sobre todo, y a parte de su misma libertad, de acuerdo con la norma de oro tradicional de no hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.
3) Los hombres han de cumplir los pactos.
Pero estas leyes resultan imposibles de cumplir si no se establece la fuerza coercitiva de un tercero, del Estado, que obliga a mantener los pactos El mejor de los contratos es aquel en que se ceden los propios derechos en compensación a la cesión que la otra parte hace igualmente de los suyos, a favor de un tercero –resultante directo de la renuncia de todos–, llamado República o Leviatán. Al que acepta el resultado se le llama súbdito, y al que carga sobre sus hombros el poder de la persona moral resultante se le llama soberano.


2. Descartes (1596-1650)


El ambiente intelectual de Descartes fue de un gran escepticismo debido al cisma entre católicos y protestantes, y a la crisis de la filosofía aristotélico-tomista. Este ambiente de desconfianza se refleja en la estética de luces y sombras propia del Barroco.
Sin embargo, el nuevo hombre burgués se caracterizará por la fe en sí mismo en tanto que individuo emprendedor, calculador y metódico. El desarrollo científico y tecnológico hacía soñar con un progreso infinito del conocimiento y del poder humano.
En el terreno político, el Estado consigue su autonomía respecto a la Iglesia constituyéndose en Estado absolutista. Este Estado absoluto se plantea como solución a las conflictos internos de cada sociedad.
Aún no se había extendido la tolerancia política, intelectual y religiosa, por lo que los pensadores de la época se veían obligados a la cautela y al disimulo, para evitar las persecuciones. Holanda se convirtió en el refugio de los librepensadores.
Descartes hizo una de las mayores aportaciones a la ciencia moderna: la geometría analítica. Gracias a ella, los problemas geométricos pueden reducirse a ecuaciones algebraicas, lo que permite una gran simplificación de los problemas científicos.
Fue precisamente con un método basado en las matemáticas –el método cartesiano– con lo que trató Descartes de fundamentar todo el conjunto del saber, desde la metafísica hasta las ciencias particulares.


Vida

religi.
René Descartes nació en La Haye (Touraine) en 1596. Perteneciente a una familia noble, a los ocho años entró a la escuela jesuita de La Flèche, una de las más famosas de Europa en aquella época, donde permaneció hasta la edad de 16 años. Luego estudió Derecho en Poitiers hasta el año 1617. Fueron estos años de su juventud una etapa marcada por la disipación y la incertidumbre, sin que nunca llegara a apagarse en él la inquietud por conocer. Con afán de aventura, se enroló, primero, en el ejército protestante de Mauricio de Nassau, príncipe de Orange, y luego en el ejército católico del Duque de Baviera.
El 10 de noviembre de 1619, estando acampados en Neuburg, en espera de que amainara la tormenta para entrar en combate, y entregado Descartes a sus reflexiones, vivió una noche de entusiasmo, de sueños exaltantes y reveladores, en los cuales tomaron forma las primeras intuiciones de un nuevo método capaz de fundar una ciencia universal. En esos sueños vislumbra el camino que conduce al fundamento de la ciencia mediante la aplicación de un método similar al de las matemáticas. Agradecido por aquel don, prometió peregrinar a los pies de la Virgen de Loreto, y cumplió su promesa al viajar a Italia tres años después.
Desde el principio de su filosofar, Descartes abandonó la filosofía de corte escolástico que había aprendido en La Flèche –la cual, según él, poco tenía de utilidad–, para entregarse a la búsqueda de un saber fundado en el modelo del conocimiento matemático y, cada vez con mayor intensidad, la ambición de efectuar una síntesis que, en cuanto alternativa a la escolástica, constituyese un marco sistemático a la vez comprensivo y definitivo. Hubo dos momentos decisivos en este camino: uno fue el encuentro, en 1618-19, con I. Beeckmann, matemático y físico holandés de formación galileana, a raíz del cual abandonó también su tentación de adentrarse por el camino del ocultismo de inspiración renacentista, al cual mirará desde ese momento como a otro enemigo que combatir; el segundo fue en los años 1628-29, cuando halló la fundamentación de la física en la metafísica a través de la deducción a priori de las leyes fundamentales de la naturaleza, a partir de un atributo de Dios: la inmutabilidad de la acción divina. A estos años se remonta la elaboración de la geometría analítica.
En 1621 ya había abandonado la vida militar. Vendió sus propiedades, y del dinero que obtuvo vivió toda su vida, sin penurias, pero austeramente. Durante nueve años se ocupó en experimentar y precisar su método, que expone en las Reglas para la dirección del espíritu.
En los años que van hasta la composición de las Reglas, viaja a Italia, aunque reside la mayor parte del tiempo en Francia, donde frecuenta el trato de Mersenne, con quien mantendrá después una fecunda correspondencia. Su encuentro, en 1627, con el cardenal Bérulle (fundador del Oratorio) reforzó su decisión de consagrarse a la investigación filosófica. Se ocupa también en diversos experimentos científicos y tratados, muchos de los cuales no concluyó.
En 1628, buscando la paz y la libertad necesarias que requería su trabajo científico y de reflexión, se trasladó a Holanda, donde permanecerá hasta un año antes de su muerte. Son años de intensa especulación filosófica, en los que escribe la mayor parte de sus obras. Allí conoció la fama, pero también las dificultades, pues las controversias contra sus teorías le venían tanto de parte de los católicos como de los protestantes.
De 1630 a 1633 trabaja en un Tratado del mundo que consta de una parte dedicada a los cuerpos inanimados y otra a la naturaleza del hombre. Al enterarse de la condena de Galileo decide no publicarlos, por lo que serán publicados por separado después de su muerte.
En 1637 publica tres ensayos, escritos en diferentes fechas, que tratan sobre los meteoros, la dióptrica y la geometría. Dichos ensayos van precedidos de un Discurso del método para conducir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias. A pesar de que pasó casi inadvertida, es ésta su obra más célebre, pues constituye la primera exposición del conjunto de su doctrina. Se dedica después a redactar un breve tratado de metafísica que consta de seis meditaciones: Meditaciones metafísicas (1641), y que constituyen la exposición más amplia y profunda de su metafísica. En 1644 publica los Principios de filosofía, obra con la que pretende, por un lado, exponer el conjunto de su pensamiento físico y metafísico, y, por otro, introducir su filosofía en la enseñanza escolar, sustituyendo a los manuales escolásticos entonces vigentes.
En 1649, aceptando una invitación de la reina Cristina, pasó a vivir a Estocolmo. En ese mismo año es publicado en Holanda su tratado sobre Las pasiones del alma, en el que exponía su psicología y las bases de una ciencia moral definitiva que no llegaría a escribir. En la corte sueca prosiguió su intenso trabajo, el cual, unido al riguroso clima de Estocolmo, minó su salud, hasta acarrearle la muerte el 11 de febrero de 1650.



3. Teoría del conocimiento

La escisión que se había producido entre catolicismo y protestantismo, y, también, entre la nueva ciencia y la filosofía escolástica, había hecho renacer el escepticismo de la Antigüedad. Muchos pensadores, como Montaigne (1533-1592), pensaban que no había certeza inamovible.
Ante esa situación, Descartes se propuso encontrar un método que pudiera fundamentar todos los saberes.
Descartes pretendió unificar todas las ciencias gracias a aplicar un método basado en las matemáticas. Era, pues, racionalista, ya que privilegiaba el conocimiento intelectual frente al de los sentidos. El conjunto del saber unificado (mathesis universalis) era expuesto por Descartes mediante la metáfora de un árbol: «Toda la filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las ramas que salen de ese tronco son todas las demás ciencias, las cuales se pueden reducir a tres principales: la medicina, la mecánica y la moral.»
El método cartesiano es un conjunto de «reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales todos los que las observen exactamente no tomarán nunca por verdadero lo que es falso, y alcanzarán –sin fatigarse con esfuerzos inútiles, sino acrecentando progresivamente su saber– el conocimiento verdadero de todo aquello de que sean capaces.»
El método cartesiano tiene un doble objetivo: llegar a verdades indudables y extraer nuevas verdades a partir de las ya conocidas. Para ello, Descartes afirma la necesidad de destruir todo el conocimiento anterior y de comenzar a levantar un nuevo edificio del conocimiento en el que sólo aparezca la verdad, siendo eliminados los prejuicios y los argumentos de autoridad.
El método de Descartes parte de dos facultades del conocimiento: la intuición para captar la evidencia y de la deducción para construir nuevas verdades a partir de las ya establecidas.
Las reglas del método cartesiano son las cuatro siguientes.


1. Regla de la evidencia

«No admitir jamás como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios más que lo que se presentare a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda.»
Esta regla establece la evidencia como el criterio último para separar lo verdadero de lo falso. La verdad debe ser evidente, y, para acceder a la misma, necesitamos de la intuición, de un acto puramente racional por el que la mente ve, de un modo inmediato, directo y transparente, una idea. La evidencia sería la propiedad de aquella idea que le hace aparecer ante la mente con claridad y distinción. Es clara la idea que «es presente y manifiesta a un espíritu atento», mientras que es distinta «la que es de tal modo precisa y diferente de todas las demás que no comprende en sí misma más que lo que aparece manifiestamente a quien la considera como es debido.»
Una de las consecuencias más importantes de esta regla es que la realidad pierde la objetividad. Ya no hay una realidad fuera del sujeto, sino que ésta queda convertida en un contenido más del pensamiento. Así, la verdad pierde su dimensión ontológica: la verdad es subjetiva. La verdad ya no es, como en Aristóteles o Tomás de Aquino, la adecuación entre pensamiento y realidad. Ahora la verdad es una propiedad de las ideas que les hace aparecer como evidentes.
Las ideas no van a significar, como en la filosofía platónica, conceptos universales objetivos; por ideas se va a entender, en la Edad Moderna, los contenidos de conciencia de un sujeto individual.
De hecho, todo el mundo, en Descartes, se va a subjetivizar, toda la realidad será vista como un contenido de conciencia del sujeto. El problema será el de cómo salir del recinto del propio sujeto para acceder al mundo material que percibimos por los sentidos.




2. Regla del análisis

«Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible, y cuanto requiriese su mejor solución.»
Esta regla y la siguiente nos permitirán deducir nuevas verdades a partir de las ideas claras y distintas ya captadas.
En la regla del análisis, se descompone el problema hasta sus partes más sencillas.


3. Regla de la síntesis

«Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados hasta el conocimiento de los más compuestos; y suponiendo un orden aun entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros.»
Después del análisis, el siguiente paso deductivo consiste en recomponer el problema original, con la ventaja de conocer ahora sus partes más elementales y las relaciones que existen entre ellas.


4. Regla de las comprobaciones

«Hacer en todo enumeraciones tan completas, y revisiones tan generales, que estuviera seguro de no olvidar nada.»
En último término, como medida de precaución Descartes exige que se realicen distintas comprobaciones de todo el proceso recorrido, especialmente en lo que respecta al análisis y la síntesis, que son las partes del método en las que más fácilmente se pueden colar los errores.



4. Metafísica


Primero Descartes aplicó su método a las ciencias, y después a la metafísica. Como considera que la metafísica es la raíz del árbol del conocimiento, pensó que fundamentando la metafísica, fundamentaría todo el saber.


La duda metódica

Para aplicar la primera regla del método (la de la evidencia), necesitamos obtener una primera idea clara y distinta. Pero la metafísica está llena de prejuicios e ideas preconcebidas, sobre todo las que heredamos de la filosofía escolástica –es decir, tomista-aristotélica.
El único remedio para llegar a una evidencia indubitable es adoptar la duda como método: dudar absolutamente de todo hasta alcanzar una verdad absolutamente evidente de la que nadie pueda dudar. Debemos poner a prueba todas nuestras verdades, aunque sea con las desconfianzas más artificiosas y extravagantes posibles.
Es importante subrayar que la duda cartesiana no es una duda escéptica. En ningún caso pretende Descartes destruir todas las verdades conocidas, rechazar las posibilidades del conocimiento, o negar nuestra capacidad de conocer lo real. Su duda pretende tan sólo buscar la verdad. Se trata de una estrategia, un camino cuya finalidad última no es la suspensión del juicio o la incertidumbre, sino la evidencia.
Por tanto, para llegar a la verdad, debemos poner entre paréntesis todas nuestras creencias, incluso aquellas más sólidas y cotidianas. Descartes profundiza en la duda de una manera gradual, por medio de cuatro pasos que explicamos seguidamente.


1. Nuestros sentidos nos engañan

Si los sentidos a veces nos engañan, haciéndonos creer percibir cosas que en realidad no estamos percibiendo, entonces nada impide que verdaderamente nos estén siempre engañando, y que todos los datos que nos llegan a través de los sentidos sean en realidad falsos.


2. Nuestra razón se equivoca

Nos equivocamos muchas veces resolviendo cualquier problema, o siguiendo razonamientos de tipo lógico o matemático. Si nos equivocamos alguna vez, sería posible también que nos equivoquemos siempre, y pensemos que razonamos de un modo correcto, cuando en realidad vivimos en el permanente error.

3. Confusión entre sueño y vigilia

Tal vea no seamos capaces de distinguir la vigilia del sueño. Todo lo que percibimos y razonamos mientras soñamos nos parece tan vívido y real como lo que experimentamos despiertos, y no somos conscientes de que estamos soñando. ¿Acaso no podría ser la vida un mero sueño, una ilusión? Ni siquiera tenemos certeza de que el mundo real que percibimos exista realmente.

4. La hipótesis del genio maligno

Llevando la duda hasta los límites más insospechados, Descartes se plantea aún otro motivo para dudar: ¿y si existiera un genio maligno dedicado exclusivamente a que me engañe, es decir, a que perciba el mundo permanentemente de un modo erróneo, y a que cada vez que razono me equivoque? La hipótesis del genio maligno nos deja completamente indefensos ante la duda.


Primera evidencia: el cogito

Agustín de Hipona ya había encontrado una verdad que resiste a toda duda: «si me equivoco, existo». Descartes también encuentra una primera verdad indubitable en el mismo acto de dudar. Puedo dudar de todo, pero de lo que no puedo dudar es del propio hecho de que estoy dudando. Dado que la duda es una forma de pensamiento, Descartes concluye: «pienso, luego existo»
El pensamiento (cogitatio, actividad de pensar) es para Descartes todo aquello que ocurre en nosotros, todo acto consciente del espíritu. El pensamiento es todo contenido de conciencia. Es en la interioridad del sujeto donde se da la evidencia; lo difícil será salir de esa subjetividad para reconocer la objetividad de las cosas externas a nosotros mismos.
La verdad del cogito (de nuestro estar pensando) no deriva de ningún tipo de deducción, sino que es intuición pura, inmediata y evidente. Se trata de una idea clara y distinta de la conciencia: la conciencia de sí misma, es decir, la autoconciencia.


Dios, la sustancia infinita

El siguiente paso en su fundamentación de la metafísica consiste en la utilización del concepto de sustancia. El sujeto pensante, definido por la autoevidencia, es, según Descartes, una sustancia, entendiendo por sustancia «una cosa que existe de tal manera que no tiene necesidad sino de sí misma para existir».
El principio del cogito no encierra al hombre en la interioridad de su yo. Mi existencia es la de un ser que piensa, es decir, de un ser que tiene ideas. Según los escolásticos, idea era la esencia o el arquetipo de las cosas subsistentes en la mente de Dios (el universal). Descartes define la idea como «la forma de un pensamiento, por la inmediata percepción de la cual soy consciente de ese pensamiento». Esto significa que la idea expresa el carácter fundamental del pensamiento por el cual el pensamiento tiene conciencia de sí mismo de una manera inmediata.
Toda idea posee una realidad como acto de pensamiento, y esta realidad es puramente subjetiva o mental. Pero, en segundo lugar, tiene también una realidad que Descartes llama objetiva, en cuanto representa un objeto: en este sentido las ideas son como cuadros o imágenes de las cosas. Tengo la seguridad de que las ideas existen en mi pensamiento ya que forman parte de mí como sujeto pensante, pero no me dan la seguridad del valor real de su contenido objetivo. ¿Existen las cosas representadas por mis ideas fuera del pensamiento?
Descartes divide en tres categorías todas las ideas:

1) Innatas, que parecen haber nacido en mí.
2) Adventicias, las que parecen venir de fuera de mí mismo.
3) Ficticias, las formadas por mí mismo.

A partir de esta distinción, Descartes desarrolla tres argumentos para demostrar la existencia de Dios.

1) La causa de la idea de Dios. Las ideas que representan a otros hombres o cosas naturales no contienen nada tan perfecto que no pueda ser producido por mí; pero, por lo que se refiere a la idea de Dios –una sustancia infinita, eterna, y omnipotente–, es difícil suponer que pueda haberla creado yo mismo. La causa de una idea debe siempre tener al menos tanta perfección como la representada por la idea. Por esto, la causa de la idea de una sustancia infinita no puede ser más que una sustancia infinita, y la simple presencia en mí de la idea de Dios demuestra la existencia de Dios.
2) La finitud humana. Yo soy finito e imperfecto, como se demuestra por el hecho de que dudo. Pero si fuese la causa de mí mismo, me habría dado las perfecciones que concibo y que están precisamente contenidas en la idea de Dios. Es, pues, evidente que no me he creado a mí mismo y que ha debido crearme un ser que tiene todas las perfecciones cuya simple idea yo poseo.
3) Argumento ontológico. Descartes hace suya la demostración clásica de San Anselmo. Como no es posible concebir un triángulo que no tenga los ángulos internos iguales a dos rectos, tampoco es posible concebir a Dios como no existente. El ser soberanamente perfecto no puede ser concebido como desprovisto de la perfección que es la existencia: la existencia le pertenece con la misma necesidad que una propiedad del triángulo pertenece al triángulo.

Una vez reconocida la existencia de Dios, el criterio de la evidencia encuentra su última garantía. Dios, por su perfección, no puede engañarme: la facultad de juicio que he recibido de El no puede ser tal que me induzca a error, si se emplea rectamente. Esta consideración quita toda posibilidad de duda sobre todos los conocimientos que se presentan al hombre como evidentes.
Por tanto, la función fundamental que Descartes reconoce en Dios es la de ser el principio y garantía de toda verdad. Como notará Blaise Pascal (1623-1662), el Dios de Descartes no tiene nada que ver con el Dios cristiano: es simplemente el autor de las verdades geométricas y del orden del mundo. Aunque –como pensaba Ockham– la voluntad de Dios supere a su entendimiento, las verdades son eternas porque dependen de la voluntad de Dios, que es inmutable.


Objetividad del Mundo

Una vez demostrada la existencia de Dios, se puede eliminar la duda que se había aplicado en principio a la realidad de las cosas materiales.
Yo no puedo dudar de que tenga cierta facultad pasiva de sentir, esto es, de recibir y reconocer las ideas de las cosas sensibles. Hay ideas que se me representan frecuentemente sin que yo contribuya a ello, e incluso contra mi voluntad. Es necesario, pues, que pertenezca a una sustancia distinta: la realidad extensa.
La sustancia extensa, corpórea, es totalmente divisible (Descartes es corpuscular pero no atomista), mientras que la sustancia pensante es indivisible y no tiene partes.
La sustancia extensa no posee, sin embargo, todas las cualidades que percibimos en ella. Hay cualidades que percibimos y son propias de la extensión (la magnitud, la figura, el movimiento, el número, etc.), pero otras no corresponden a la realidad corpórea son las cualidades propias de la extensión. Pero el color, el olor, el sabor, el sonido, etc., no existen como tales en la realidad corpórea. En este sentido, John Locke (1632-1704) hablaría después de la distinción entre cualidades primarias (objetivas) y cualidades secundarias (subjetivas).
Del principio de inmutabilidad divina saca Descartes las leyes fundamentales de su física:
1) Principio de inercia.
2) Todo tiende a moverse en línea recta.
3) Principio de conservación del movimiento: cuando los cuerpos se chocan, el movimiento no se pierde, sino que su cantidad permanece constante.
Dios creó la materia con una determinada cantidad de reposo y de movimiento, y luego conserva inmutable esta cantidad. Todo el universo puede contemplarse como un mecanismo gigantesco, del cual está excluida cualquier causa final: es un acto de soberbia imaginar que todo haya sido creado por Dios para el exclusivo provecho del hombre.




4. Antropología

Descartes es partidario de un dualismo antropológico. El ser humano consta de dos sustancias:

· La mente (el yo), cuyo atributo es el pensamiento.
· El cuerpo, cuyo atributo es la extensión.

La distinción es tan clara y distinta, que ambas sustancias han de estar totalmente separadas. Sin embargo, Descartes reconoce la interacción entre ambas: el alma siente las afecciones que le llegan del cuerpo y, por otro lado, da órdenes al cuerpo como el piloto que gobierna un navío.
Descartes había realizado estudios de anatomía. Según él, las sensaciones son transportadas en los nervios aferentes por unos cuerpos muy sutiles llamados espíritus animales –hoy hablaríamos de neuronas. Y, al contrario, el control de los movimientos se realiza porque el cerebro envía la información por los nervios eferentes hasta los músculos.
Pero ¿cómo explicar la comunicación entre cuerpo y alma si ésta es, por definición, inextensa? Descartes responde, de manera no muy satisfactoria, que la mente está alojada en la glándula pineal del cerebro. Los más pequeños movimientos que tienen lugar en la misma alteran el curso de los espíritus animales y, recíprocamente, los más pequeños cambios que se dan en el curso de los espíritus influyen en el cambio de los movimientos de la glándula.

Por otro lado, el mecanicismo cartesiano llega al extremo de afirmar que los animales son máquinas. Carecen de razón y, por tanto, de sustancia pensante. Ni siquiera tendrían sentimientos. «La investigación pone de manifiesto –afirma Descartes– que el comportamiento animal puede ser exhaustivamente descrito sin introducir mente alguna, ni ningún principio vital inobservable.» Esta diferencia radical entre los animales y el hombre sería bastante poco aceptada en nuestros días.

5. Ética

Según Descartes, podemos afirmar que el hombre posee libre albedrío, porque éste es un dato anterior a la verdad misma del cogito ergo sum. Porque, sin la existencia de la libertad, sería imposible entregarse a la duda, ya que no podríamos abstenernos de creer lo que no fuera indubitable. La libertad es, pues, una idea innata. Obrar libremente es lo que nos hace dueños de nuestras acciones y dignos de alabanza o de inculpación.

Influido por el estoicismo, Descartes propone que la mente debe controlar las pasiones, que son las afecciones de los objetos externos sobre nuestro cuerpo. Este control es posible gracias a contrarrestar las pasiones con acciones voluntarias de nuestra mente basadas en ideas claras y distintas. Si mi voluntad se abstuviese de dar un juicio sobre las cosas que no tienen claridad ni distinción suficiente, no cometería nunca errores (intelectualismo moral).

Descartes nunca llegó a elaborar una ética como tal. Sin embargo, en el Discurso del método presenta una moral provisional cuyas cuatro reglas son las siguientes:

1) Obedecer a las leyes y a las costumbres del país, conservando la religión tradicional y ateniéndose en todo a las opiniones más moderadas y más alejadas de los excesos. Con esta máxima, el cauteloso Descartes renuncia a ampliar su crítica a los terrenos de la política y de la religión.
2) Ser lo más firme y resuelto posible en el obrar, y seguir con constancia aun la opinión más dudosa, una vez que se la hubiera aceptado.
3) Esforzarse en cambiar los pensamientos propios más que el orden del mundo.
4) Dedicar la vida al cultivo de la razón y a la búsqueda de la verdad.n

martes, 1 de marzo de 2011

¿Tienen sentido las creencias irracionales?

Según el psicólogo Bruce Hood, desde niños tendemos de manera innata a interpretar la realidad aplicándole categorías metafóricas. Por ejemplo: los niños creen que todo está animado. Podéis ver un programa de Redes de Eduard Punset sobre este tema:

http://www.redesparalaciencia.com/1275/redes/2009/redes39-programados-para-creer
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