viernes, 29 de abril de 2011

Immanuel Kant

1. Contexto de Kant

Immanuel Kant (1724-1804) es uno de los más importantes filósofos de todos los tiempos. Es el engarce entre filosofía moderna y filosofía contemporánea. La filosofía moderna había ido otorgando cada vez mayor protagonismo a la conciencia o subjetividad. Kant culminará este proceso haciendo ver que la realidad objetiva es, sobre todo, un producto de la actividad de la conciencia.

Kant, también, representa la cima del movimiento ilustrado. La ilustración consiste, para él, en «la salida del hombre de su minoría de edad». Kant contempla la historia humana como un progreso, tanto en el terreno científico como en el moral. Por otra parte, es notable la influencia de Rousseau en él por la importancia, en la ética, del sentimiento moral.

La ilustración en Prusia fue promovida por la mayor parte de la dinastía Hohenzollern –sobre todo por Federico el Grande–. Estos monarcas crearon un ejército muy disciplinado y un cuerpo burocrático compuesto por miembros de la burguesía, para así poder centralizar el poder en su territorio y acabar con la disgregación feudal. Este proceso de modernización centralizada recibe el nombre de absolutismo ilustrado. Además, con el fin crear una identidad cultural dentro de Prusia, los reyes fomentaron la religión pietista, que influyó notablemente en Kant.

Por su parte, el racionalismo del sistema de Christian Wolff era casi siempre amparado por los reyes prusianos, ya que expresaba filosóficamente el ideal de la ilustración alemana. Kant continuó el racionalismo wolffiano hasta romper con él tras su lectura de David Hume.

La filosofía trascendental de Kant puede interpretarse como un intento de síntesis entre las corrientes racionalista y empirista que le habían precedido. Pero, además, su doctrina sirvió de puente entre la edad moderna y la contemporánea. Aunque siga muy imbuido en la problemática gnoseológica moderna, Kant abre paso a nuevos planteamientos, como la importancia de la actividad humana en la construcción de la realidad o la interpretación de la historia en tanto que desarrollo de la libertad.


El absolutismo ilustrado

A comienzos de la Edad Moderna, el territorio de la actual Alemania era un conglomerado de pequeños principados independientes anclados todavía en el régimen feudal. Aunque el Imperio Sacro Romano no tenía apenas poder político y estaba muy descentralizado, sí que había, en cambio, un alto grado de centralización dentro de cada territorio. Los gobernantes dentro de los estados se hacían cada vez con más poder a costa de sus súbditos, y tenían la intención de gobernar sin consultar a un parlamento. Muchos gobernantes consiguieron crear un ejército permanente y una burocracia capaz de cobrar impuestos y administrar el territorio.

Los nobles feudales independientes se convirtieron en aristócratas orientados a la corte, y los burgueses en burócratas dependientes del gobernante. Los súbditos, por su parte –después de los fracasos de las revueltas campesinas del siglo XVI–, siguieron habituados a la obediencia y al servilismo.

El caso más claro de desarrollo del absolutismo y del aumento del poder de los gobernantes fue el de Brandenburgo-Prusia. Este estado, regido por la dinastía de los Hohenzollern, se fue convirtiendo en una de las principales potencias europeas.


El pietismo

En su proyecto centralizador, los reyes prusianos fomentaron un movimiento religioso heterodoxo: el pietismo. Esta fe llegó a convertirse en una especie de religión de estado que relegó al luteranismo. Los pietistas pensaban que la reforma luterana se había circunscrito a un ámbito solo teológico, y que afectaba muy poco a la vida de las personas. Insistían en la importancia de la experiencia personal de conversión para llevar una vida activamente cristiana. Se reunían en pequeños grupos para leer la Biblia, rezar y compartir sus experiencias en sus intentos de llevar una vida santa. Los encuentros para discutir el modo en que cada individuo leía y entendía la Biblia contribuyeron al desarrollo de una mayor confianza en la razón, así como a la convicción de que el ascenso social debía provenir del mérito (meritocracia), y no del rango o la cuna. El énfasis práctico y la fe en el triunfo del talento se aplicaron también al cada vez más extendido sistema de educación primaria y secundaria.


Síntesis entre racionalismo y empirismo

Los Hohenzollern también, por lo general, ampararon el racionalismo como expresión de la ilustración alemana. El sistema de Christian Wolff (1679-1754), continuador de su maestro G. W. Leibniz (1646- 1716), pretendía constituirse en un método capaz de fundamentar racionalmente todos los saberes.

El sistema de Wolff tuvo un éxito notable en Alemania, y Kant comenzó su carrera inspirado por él en su llamado periodo precrítico. Será la lectura de David Hume la que le haga despertarse del –llamado por Kant– sueño dogmático.

Kant cree superar la disputa entre racionalismo y empirismo mediante el idealismo trascendental. Distingue, en el conocimiento, entre contenidos materiales y elementos formales. Lo a priori en el conocimiento ya no serán las ideas innatas, sino formas o estructuras desprovistas de contenido, que, aunque vacías, están presentes como configuradoras de la experiencia.


Nexo entre dos épocas

Kant acogió con entusiasmo la Revolución Francesa. Este acontecimiento histórico representó la realización práctica de los ideales ilustrados, y da inicio al mundo contemporáneo, en el que estamos aún.

En las reflexiones de Kant se encuentran los gérmenes del pensamiento contemporáneo: la voluntad incondicionada como explicación de los fenómenos, la demarcación entre ciencia y filosofía y el progreso de la conciencia humana como motor de la historia.

  • El romanticismo y el irracionalismo. Kant, que tuvo en alta estima a Rousseau, destacó la importancia del sentimiento en la moral y en la estética. Arthur Schopenhauer (1788-1860) afirmó que sólo la voluntad es capaz de acceder a la Cosa en sí que se halla oculta tras los fenómenos. Este irracionalismo influyó en la voluntad de poder de Friedrich Nietzsche (1844-1900) y en el descubrimiento del inconsciente por parte de Sigmund Freud (1856-1939).

  • El positivismo. Esta corriente, iniciada por Auguste Comte (1798-1857) parte de la demarcación kantiana entre ciencia y metafísica. El positivismo defiende que todo el conocimiento científico debe basarse en hechos, y, a la vez, mantiene un optimismo sobre el progreso de la humanidad gracias al desarrollo tecno-científico. En el siglo XX, el neopositivismo ha subrayado el papel no sintético, sino aclaratorio, de los enunciados filosóficos (filosofía analítica), y ha desembocado en el estudio del lenguaje en tanto que condición a priori, trascendental, de nuestra experiencia (filosofía del lenguaje). En estos campos, Ludwig Wittgenstein (1889-1951) ha sido uno de los pensadores más influyentes.

  • El idealismo alemán. Si el positivismo hace hincapié en la vertiente humeana de Kant, el idealismo alemán desarrollará su lado más racionalista. La naturaleza y la historia, según G. W. F. Hegel (1770-1831), son despliegues de la conciencia racional que va tomando cada vez mayor conciencia de sí misma. Karl Marx (1818-1883) adaptó esta dialéctica a coordenadas materialistas: el sujeto revolucionario, formado por los que transforman el mundo mediante su trabajo, ha de hacer que la sociedad pase a una fase de la historia verdaderamente humana.


Vida de Kant (1721-1804)


Immanuel Kant nació en Königsberg (Prusia oriental entonces y, en la actualidad, provincia rusa), cuarto hijo de una familia humilde de once hermanos. Los biógrafos describen a los padres de Kant, Johann Georg Kant y Regina Reuter, como personas sumamente honestas, rectas y amantes de la concordia, y a la madre en particular, que Kant perdió a los trece años, como a una mujer que imprimió en su familia el espíritu y las normas del pietismo. A los seis años, Kant asiste a la escuela local del Hospital suburbano y, luego, dos años más tarde, ingresa en el Colegio Fridericiano. Königsberg era, en el s. XVIII, uno de los focos principales del pietismo en Prusia. Franz Albert Schultz, director del colegio y pietista destacado, aunque de orientación moderada, se encargó de la formación del pequeño Kant, continuando la educación iniciada por la madre.

A los 16 años, Kant ingresa en la universidad Albertina de Königsberg, donde Martin Knutzen, wolffiano heterodoxo de ideas renovadoras y conocedor, además, de la física newtoniana, le inicia no sólo en la filosofía de Wolff, entonces ya en plena crisis, sino también en las teorías físicas de Newton. La situación de crisis de la metafísica racionalista de Wolff según la tradición de Leibniz y los problemas que surgen de los nuevos planteamientos de la física de Newton, junto con el pietismo ambiental vivido desde la infancia, configuran el ambiente intelectual de la juventud de Kant; no es extraño, pues, que las primeras obras de Kant cultivaran cuestiones científicas más que filosóficas, que luego intentara una nueva manera de hacer filosofía y que la ética kantiana contenga algo de aquellos primeros rigores y entusiasmos morales.

Al morir su padre, en 1746, Kant se ve obligado a abandonar la universidad y ha de ganarse la vida como preceptor, o tutor, en familias de los alrededores de Königsberg. Por entonces había comenzado a cambiar el panorama filosófico de Alemania: Federico Guillermo I priva a Wolff de su cátedra en Halle y le manda salir del país; Maupertuis, científico y filósofo francés ilustrado, es llamado por Federico II de Prusia para organizar la Academia de Ciencias de Berlín (1744-1759); hacia 1740, las obras de Christian August Crusius (1715-1775) comienzan a extender el empirismo inglés por Alemania.

Kant publica, en 1749, en alemán, no en latín, su primera obra: Ideas sobre la verdadera valoración de las fuerzas vitales, inspirada en la física de Leibniz, iniciando así el denominado «período precrítico», que durará hasta 1770, durante el cual predominan las obras sobre temas científicos. A esta primera obra sigue, en 1755, vuelto ya a Königsberg, otra publicada anónimamente, Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, en la que propone una cosmogonía mecanicista, de inspiración newtoniana, que anticipa la hipótesis que luego se llamó «de Kant-Laplace» sobre el origen del universo. En este mismo año, obtiene el doctorado en filosofía, con una tesis Sobre el fuego, y luego, con Nueva elucidación de los primeros principios del conocimiento metafísico, obra de crítica a la metafísica de Wolff, escrita para obtener el permiso para la docencia como profesor no titular.

Entre 1762 y 1764 publica obras que le dan a conocer como filósofo en Alemania: Investigación sobre la claridad de los principios de la teología natural y de la moral; La única prueba posible para demostrar la existencia de Dios; Intento de introducir en la sabiduría del universo el concepto de las magnitudes negativas. Es una época de gran actividad intelectual que combina con una intensa actividad social –a la que dedicaba media jornada, por las tardes–, que le hace merecer el título de «Maestro elegante», que llama la atención por la agudeza de espíritu y la profundidad y amplitud del saber. En Sueños de un visionario esclarecidos por los sueños de la metafísica (1766), que escribe contra el visionario sueco, Emanuel Swedenborg (1689-1772), rechaza definitivamente el tipo de metafísica, tan alejado de la experiencia, que se practicaba por aquel entonces, y se inclina ya por una concepción de la filosofía, de la metafísica «de la que el destino me ha hecho enamorarme», como la ciencia de los límites de la razón humana, y no como un sistema de saber. La filosofía, más que conocimiento, es para él crítica del mismo.

Por estos años se va extendiendo por Alemania el escepticismo ilustrado inglés y francés, uno de cuyos principales promotores es el ya mencionado Christian August Crusius y, a través de él, conoce Kant las ideas escépticas del empirismo de Hume. A esto hace probablemente referencia cuando, más tarde, dice Kant que debe a Hume haberlo despertado «del sueño dogmático». Kant se adhiere, pues, a una crítica de la metafísica que se inspira en Hume, pero no va a admitir sus planteamientos escépticos. Así, en 1770, con ocasión de pasar a ser, a los 46 años, profesor ordinario de lógica y metafísica en la universidad de Königsberg, redacta la llamada Disertación de 1770, cuyo título es Sobre la forma y los principios del mundo sensible e inteligible, en la que distingue claramente entre conocimiento sensible y conocimiento inteligible, de modo que el conocimiento no queda limitado meramente a la experiencia, debiendo reconocer, por lo mismo, un conocimiento metafísico que debe justificarse. Aquí empieza la construcción de la que será llamada filosofía trascendental, edificada sobre la idea de un sujeto que impone sus condiciones subjetivas a la posibilidad de que las cosas sean conocidas y pensadas; la «gran luz» que dice haber percibido hacia el año 1769. Con esta fecha comienza el llamado período crítico que Kant inicia con un silencio de 10 años, que dedica al análisis de las objeciones que se le formularon a su propuesta inicial de señalar las características del conocimiento sensible y del intelectual. La gran luz no es otra que la noción de sujeto trascendental, o de subjetividad trascendental, a saber, aquella que impone a la materia del conocimiento la manera o forma de conocer o de representarnos las cosas.

La Crítica de la razón pura, que aparece en mayo de 1781 (segunda edición en 1787), tras un período de maduración de 12 años, pero escrita casi a vuela pluma, en cinco o seis meses, representa la investigación –la crítica– a la que Kant somete a la razón humana. La obra más fundamental de Kant despierta escaso interés y los críticos ponen de relieve su oscuridad y dificultad; poco después, sin embargo, suscita un enorme interés que la convertirá en el libro que habrá de cambiar radicalmente la orientación de la filosofía. A modo de introducción a su obra, publica Kant, en 1783, Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia. Siguen Idea para una historia general concebida en un sentido cosmopolita (1784); Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784); Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785); Principios metafísicos de la ciencia natural, con un título que recuerda la obra fundamental de Newton, en el centenario de su publicación; la segunda edición, en 1787, de la Crítica de la razón pura; la Crítica de la razón práctica (1788), cuyo tema es la vida moral del hombre libre, y la Crítica del juicio (1790), que intenta mediar entre naturaleza y libertad, o armonizar las dos Críticas anteriores.

En 1793, la publicación de La religión dentro de los límites de la mera razón (1793) y, luego, de El fin de todas las cosas (1794), obras ambas sobre filosofía de la religión, es acogida con disgusto por las autoridades prusianas, en una época en que Federico Guillermo II (1786-1797) había restringido la libertad de enseñanza e imprenta, a diferencia de lo hecho por sus antecesores, Federico Guillermo I, el Rey Sargento (1713-1740) y Federico II el Grande (1740-1786), quienes habían sido sumamente tolerantes. El emperador ordena a Kant que se abstenga de tratar de temas religiosos, cosa que promete Kant y que cumple hasta la llegada del nuevo emperador, Federico Guillermo III, cuando publica El conflicto de las facultades (1797). Antes había publicado, en 1795, Por la paz perpetua. En 1797, aparece Metafísica de las costumbres, obra sobre filosofía del derecho y de la moral.

En 1796 Kant, a los 73 años de edad y fatigado ya, abandona la docencia a la que se había dedicado durante cuarenta años, a lo largo de los cuales había tratado en sus lecciones de la mayoría de temas que podían entonces enseñarse: lógica, metafísica, matemática, geografía física, antropología, pedagogía, filosofía de la historia, filosofía de la religión, moral y filosofía del derecho. Kant había seguido la costumbre de utilizar en sus clases manuales que, según cuentan sus biógrafos, seguía muy a distancia y la mayoría de las veces para destacar la magnitud de los errores que contenían. Escribía anotaciones al margen en estos manuales y sólo con las contenidas en la Metafísica de Baumgarten, utilizada de 1758 a 1796, se publicaron posteriormente dos volúmenes de comentarios críticos hechos por Kant. De cómo eran estas clases, destaca J.G. Herder el recuerdo de que Kant «coaccionaba gratamente a pensar por cuenta propia», idea que concuerda de lleno con la exhortación de Kant, en su Lógica, según la cual «nadie aprende a filosofar sino por el ejercicio que cada cual hace de su propia razón» y en la respuesta que da a ¿Qué es la Ilustración?, definiéndola como la mayoría de edad que una época alcanza cuando se atreve a pensar por propia cuenta. A la par que la actividad escolar, mantuvo también la académica: fue varias veces decano de la facultad y, por dos veces, rector de la misma.

En 1799 aparecen ya síntomas de decadencia en Kant y éste abandona la tarea emprendida de revisar toda su obra; le ayuda y ordena sus papeles su discípulo, amigo y biógrafo Wasianski: la revisión iniciada pasó a denominarse Opus postumum. El tema fundamental del conjunto de esta obra es la cuestión del «paso» de los principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza a los principios empíricos de la física.

Kant murió el 12 de febrero de 1804, pronunciando las palabras: Es is gut («está bien». En la lápida de su tumba se grabaron posteriormente las palabras con que inicia la conclusión de su Crítica de la razón práctica:




2. Uso teórico de la razón

La principal obra en la que Kant estudia el problema del conocimiento es la Crítica de la Razón pura. Kant se pregunta en este libro si es posible que la metafísica pueda llegar a constituirse como una ciencia.

Kant no parte de una duda radical acerca de todo tipo de conocimiento como Descartes, sino que considera que las ciencias de su época son verdades bien establecidas, en concreto las matemáticas y la física newtoniana. Ambas, según Kant, nos aportan nuevos conocimientos, ya que sus leyes y teoremas son juicios o enunciados en los que se combinan un sujeto y un predicado diferentes entre sí; son, pues, juicios sintéticos. Por ejemplo, en el juicio matemático “2 + 3 = 5” Kant piensa que el predicado “5” es un resultado de un juicio sintético, pues no es posible deducir el “5” del mero análisis del sujeto “2 + 3”.

La consideración de los teoremas matemáticos como juicios sintéticos distingue a Kant de la tradición anterior. Recordemos que para Hume las matemáticas no nos proporcionarían conocimiento nuevo, sino que son «relaciones de ideas» cuya necesidad se fundaría meramente en el principio de contradicción. En el lenguaje de Kant, para Hume las matemáticas serían juicios analíticos, esto es, juicios en los que el predicado no haría más que explicar, aclarar o analizar el sujeto del enunciado, puesto que en los juicios analíticos el predicado está incluido en el sujeto. Para Kant, estos juicios analíticos serán propios de la lógica, pero no de las matemáticas.

Otra diferencia de Kant respecto a Hume es entender que las leyes de la física no son meramente probables, resultado de una costumbre subjetiva. Muy por el contrario, la física newtoniana nos ofrece juicios a priori, esto es, absolutamente necesarios, ya que no proceden de la experiencia. Por otra parte, a los juicios empíricos que sí proceden de la experiencia –las «cuestiones de hecho» de Hume– Kant los llama juicios a posteriori.


Kant

Ciencias

Hume

Juicios analíticos

Lógica

Relaciones
de ideas

Juicios sintéticos a priori

Matemáticas

Física

Cuestiones
de hecho

Juicios sintéticos a posteriori

Material
empírico


Por tanto, la pregunta de si la metafísica es posible como ciencia puede desglosarse en dos partes:


  1. ¿Cómo son posibles las ciencias? O, con otras palabras: ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?

  2. ¿Es posible la metafísica como ciencia? ¿Puede haber en la metafísica juicios sintéticos a priori?


El idealismo trascendental

Berkeley había llevado el idealismo hasta sus últimas consecuencias. Si nos tomamos en serio el principio empirista («el conocimiento procede de los sentidos»), suponer la existencia un objeto físico o sustrato material que sea la causa de nuestras impresiones resulta contradictorio. ¿De qué impresión o sensación se derivaría esa causa que, por definición, estaría más allá de nuestros fenómenos?

Kant es idealista en tanto que se plantea los problemas filosóficos a partir del análisis de nuestros contenidos de conciencia, es decir, de nuestros fenómenos o ideas. Pero no es idealista subjetivo como Berkeley, ya que piensa que hay una realidad objetiva. Ni tampoco cae en el escepticismo como Hume, puesto que considera que la experiencia está organizada mediante unos elementos que son necesarios, ya que no proceden de la experiencia misma. «No puede haber duda de que todo nuestro conocimiento empieza con la experiencia… Pero aunque todo conocimiento comienza con la experiencia, de ello no se sigue que todo él proceda de la experiencia.»

Kant ilustra con el nombre de giro copernicano su superación del escepticismo. En lugar de considerar que las estructuras formales y objetivas proceden de los objetos y que nuestro entendimiento no debe hacer otra cosa que adaptarse a ellas (el adecuacionismo de Aristóteles), piensa Kant que es el sujeto el que impone esos elementos universales, necesarios y a priori a los fenómenos.

Los fenómenos se componen de una mezcla de material empírico (nuestras sensaciones) y formas (estructuras necesarias). Todo sujeto racional organiza la experiencia mediante formas a priori. A este sujeto racional y universal –lo que tenemos todos los seres racionales en común– lo llama Kant sujeto trascendental.

El sujeto trascendental es a la vez pasivo y activo. Es receptivo en tanto que recibe el material empírico, mientras que es activo o «espontáneo» en tanto que dota al material empírico de organización.

Según Kant, las fuentes del conocimiento humano son tres: sensibilidad, entendimiento y razón. La sensibilidad es la facultad receptiva por la que nos son dados los objetos. El entendimiento, por el que los objetos son pensados, es, en cambio, activo. La diferencia entre sensibilidad y entendimiento es una distinción semejante a la que hacía Locke entre la pasividad de la mente al recibir las ideas simples y la actividad al elaborar con ellas las ideas complejas. Por último, la razón es la facultad de pensar sobrepasando la experiencia.


A los elementos a priori del conocimiento Kant los llama condiciones de posibilidad de la experiencia. Así que, para responder a la pregunta de cómo son posibles las ciencias indagará Kant cuáles son las condiciones de posibilidad (elementos a priori) tanto de la sensibilidad como del entendimiento.

La función del entendimiento consiste en unificar los datos recibidos por los sentidos; por tanto, es improcedente aplicar el entendimiento a otra esfera que no sea la experiencia misma.

Debido a esta limitación del entendimiento a la experiencia, Kant podría parecer un empirista más. Sin embargo, él constata que todos los seres humanos tendemos por naturaleza a ir más allá de los fenómenos, ya que buscamos principios explicativos de la totalidad de nuestra experiencia. A estos principios absolutos e incondicionados, propios de la metafísica, les da Kant el nombre de ideas trascendentales. Como estas ideas no pueden ser empíricas, Kant les asigna una nueva facultad: la razón. A diferencia del entendimiento, la razón no puede ni debe ser aplicada al material empírico. Es, por tanto, pura. El problema de esta razón pura será que, dado que no se remite a la experiencia, no puede ofrecernos conocimiento científico.

Kant distingue entre fenómenos y noúmenos. Noúmeno significa «lo pensado»; es la cosa en sí incognoscible que está más allá de la experiencia: no puede ser percibida pero sí razonada. Aquí sigue Kant la estela de Platón. El mundo sensible sería el de los fenómenos, constituido por las intuiciones de la sensibilidad y los conceptos del entendimiento. La razón pura, en cambio, construye objetos ideales que son suprasensibles y pertenecen a un mundo inteligible. Este mundo inteligible, como veremos, no puede ser conocido científicamente (razón teórica), sino solo postulado como exigencia de nuestra moralidad (razón práctica).

Al estudio de cada facultad de la razón teórica le dedica Kant una parte de la Crítica de la razón pura:

  1. La Estética trascendental analiza los elementos a priori de la sensibilidad.

  2. La Analítica trascendental estudia lo a priori en el entendimiento.

  3. La Dialéctica trascendental trata sobre las ideas trascendentales de la razón desde el punto de vista de su uso teórico.


Estética trascendental

En la estética trascendental, Kant analiza la primera facultad que interviene en el proceso del conocimiento: la sensibilidad. Ésta representa la capacidad de abrirnos al mundo, es decir, la receptividad necesaria para podernos construir una representación de la realidad.

Los contenidos que capta la sensibilidad son las intuiciones, que se corresponden con las impresiones de Hume. Para Kant, sólo podemos tener conocimiento inmediato (es decir, «intuitivo») de lo sensorial. Sólo es posible la intuición sensible, no la intelectual. No podemos, pues, tener conocimiento intuitivo de ideas metafísicas como Dios o el Alma.

Aun así, no todas las intuiciones son empíricas: hay también intuiciones puras. Estas intuiciones no son contenidos materiales, sino las condiciones de posibilidad necesarias para que pueda dársenos cualquier intuición empírica. Son las formas a priori de la experiencia; en concreto, el espacio y el tiempo.

Siguiendo a Newton, Kant considera que el espacio y el tiempo son coordenadas absolutas imprescindibles para ubicar los fenómenos. Sin embargo, espacio y tiempo no son sensorios de Dios al modo newtoniano, sino –giro copernicano– formas que impone el sujeto trascendental a cualquier material empírico.

Estas formas a priori de la sensibilidad fundamentan las matemáticas. La geometría, que estudia las relaciones espaciales, construye sus objetos a partir de la intuición pura del espacio; la aritmética, basada en las series numéricas, se realiza mediante la intuición pura del tiempo.


Analítica trascendental

En la analítica trascendental se analiza la segunda facultad cognitiva: el entendimiento. Este se caracteriza por la facultad de pensar o realizar juicios a partir de las intuiciones de la sensibilidad. Los juicios se realizan mediante los conceptos, que agrupan la multiplicidad de impresiones y las dotan de sentido. Los conceptos son los instrumentos necesarios para pensar la realidad.

Igual que en la sensibilidad había dos tipos de intuiciones (empíricas y puras), en el entendimiento tenemos conceptos empíricos y conceptos puros (categorías):

  • Los conceptos empíricos provienen de la experiencia. Después de observar y comparar, se extraen las características comunes de diversos objetos y se forman conceptos como los de casa, animal o ser humano.

  • Los conceptos puros, también llamados categorías, son las estructuras a priori del entendimiento. Las categorías no provienen de la experiencia, sino que la estructuran. Son creaciones espontáneas del entendimiento que sintetiza la realidad elaborando juicios.


Los fenómenos se forman por combinación de intuiciones sensibles y categorías. Sin conceptos, las intuiciones serían caóticas e informes. Pero las categorías, al ser sólo conceptos formales carentes de contenido, no nos aportan conocimiento si no se aplican a intuiciones: «conceptos sin intuiciones son vacíos; intuiciones sin conceptos son ciegas».

El giro copernicano hace que las categorías dejen de entenderse como maneras de decir el ser (Aristóteles), para pasar a convertirse en los conceptos que posibilitan que cualquier sujeto pueda construir juicios.

Kant distingue doce tipos de juicios, y a partir de ellos enumera doce categorías. Por ejemplo, los juicios categóricos del tipo «A es B» pueden realizarse mediante la aplicación de la categoría de sustancia-accidente. Ello quiere decir, no que las sustancias sean seres reales e independientes de la experiencia, sino que nosotros interpretamos la realidad, de manera necesaria (es decir, a priori), por medio de los conceptos de sustancia y accidente, conceptos que no provienen de la experiencia sino que la estructuran.

Sucede del mismo modo con el problema de la causalidad. La causalidad no es algo que esté en los objetos, pero no por ello deja de tener validez como pensaba Hume. La categoría de causa-efecto es la que nos posibilita realizar juicios hipotéticos como «Si C es D, A es B». La causalidad es una condición de posibilidad de la experiencia.

Las leyes de la naturaleza son, pues, juicios sintéticos a priori en los que se aplican las categorías a las intuiciones sensibles.

Tabla de los juicios y las categorías


Ejemplo de juicio

Juicios

Categorías

Por la cantidad

Un A es B

Algún A es B

Todo A es B

Singulares

Particulares

Universales

Unidad

Pluralidad

Totalidad

Por la cualidad

A es B

A no es B

A es no B

Afirmativos

Negativos

Infinitos

Realidad

Negación

Limitación

Por la relación

A es B

Si C es D, A es B

A es B o C

Categóricos

Hipotéticos

Disyuntivos

Sustancia-accidente

Causa-efecto

Comunidad

Por la modalidad

A es posiblemente B

A es realmente B

A es necesariamente B

Problemáticos

Asertóricos

Apodícticos

Posibilidad

Existencia

Necesidad














Dialéctica trascendental

En la dialéctica trascendental, Kant analiza la tercera de las facultades cognitivas. Una vez que el entendimiento ha subsumido las impresiones bajo conceptos y los ha asociado formando juicios, la razón entra en escena relacionando estos juicios en argumentaciones o razonamientos que tratan de proporcionar conocimientos cada vez más generales. La razón es, por lo tanto, según Kant, la facultad de razonar o avanzar buscando principios más generales.

Sin esta labor de la razón, el conocimiento sería fragmentario. Gracias a los razonamientos, englobamos los juicios y las leyes del entendimiento en principios cada vez más generales, que nos permiten explicar una mayor cantidad de fenómenos. Esta tendencia está condicionada por las formas a priori de la razón –las tres ideas trascendentales:

  • Idea de Alma. Bajo esta idea, la razón subsume todos los fenómenos subjetivos procedentes de la experiencia interna. Los unifica, dándoles identidad, bajo la idea de Yo.

  • Idea de Mundo. Esta idea sirve para unificar y tratar como un todo los fenómenos de la experiencia externa. Así, considera que los fenómenos objetivos proceden de un único y mismo mundo.

  • Idea de Dios. Bajo esta idea agrupamos tanto los contenidos de la experiencia interna como los contenidos de la experiencia externa. Es, por ello, el principio más general, en tanto que unifica los fenómenos del Yo y también los del Mundo.

Según Kant, las ideas no tienen otra misión que la de motivar a la investigación científica. Constituyen reglas interpretativas o heurísticas, pero no son principios constitutivos de conocimiento, es decir, no son aptas para elevar la intuición a conceptos y producir conocimientos. Las ideas trascendentales son, pues, solo principios reguladores. Por ejemplo, para orientar nuestra investigación, podemos reunir la totalidad de los fenómenos anímicos en una unidad que pensaremos que es el «alma», pero tal alma será solo una idea, no una realidad objetiva.


Crítica a la metafísica

La metafísica no se limita a considerar las ideas trascendentales como principios reguladores que orientan nuestra investigación, sino que las concibe como realidades últimas que dan sentido y finalidad a todo lo que sucede en la experiencia.

Cuando la metafísica pretende aportar conocimiento nuevo, haciendo un uso inadecuado de la razón, cae en ilusiones, falacias y contradicciones.

Kant ve en esa práctica la ambición desmesurada de la razón, que quiere ir más allá de los fenómenos y acceder a la realidad o cosa en sí: el noúmeno. Este paso es ilegítimo, pues el noúmeno es inaccesible para el ser humano, constituye el límite de aquello que se puede conocer.

Sin embargo, para Kant la metafísica responde a una tendencia natural en el ser humano: avanzar hacia principios cada vez más generales.

La metafísica no es una ciencia ni llegará nunca a serlo. Cuestiones como la libertad personal, la inmortalidad del alma o la existencia de Dios jamás podrán ser demostradas. La razón pura o teórica, como fuente de conocimiento, no puede resolverlas. Por este motivo, desde el ámbito del conocimiento, solamente se puede justificar con coherencia una posición agnóstica. Ahora bien, el ser humano no se limita a conocer, sino que también vive y actúa. Así que las tres ideas trascendentales (Alma, Mundo, Dios) cumplirán su función natural en el ámbito de la razón práctica.


3. Uso práctico de la razón

El uso práctico de la razón aborda el ámbito de la ética, y a ello se dedica el libro Crítica de la razón práctica.

A diferencia de la razón teórica, la razón práctica siempre es pura, pues, según Kant, para que una acción sea ética nunca puede estar condicionada por motivaciones empíricas.

Al igual que la razón teórica partía de la ciencia newtoniana como un hecho ya establecido, la razón práctica parte de una constatación: todos los seres humanos sabemos identificar el sentimiento de buena voluntad, consistente en cumplir el deber por el deber al margen de cualquier inclinación egoísta.

La ética kantiana es formal, pues no propone ningún contenido material como supremo bien (la felicidad, el placer, etc.), sino que investiga sobre las condiciones de posibilidad de la moralidad.


El imperativo categórico

La buena voluntad se presenta a la razón en forma de mandato, de imperativo, es decir, bajo la forma debe hacerse X. Caben para los imperativos dos formas lógicas, de manera que estos pueden ser hipotéticos o categóricos.

Los imperativos hipotéticos son aquellos cuya estructura lógica es la de un condicional: «Si deseas…, entonces…». En ellos la validez del mandato depende de que las consecuencias de la acción tiendan a satisfacer la condición deseada subjetivamente por la voluntad. Por ejemplo: «Si deseas ser feliz, entonces evita el dolor». De este tipo son los imperativos de todas las éticas materiales, ya que en ellas lo que determina el querer de la voluntad, los motivos que la llevan a actuar, son imperativos ligados condicionalmente a su deseo (de felicidad, placer o utilidad). Estos imperativos no tienen validez universal. Una ley moral necesaria no puede tomar la forma de un mandato hipotético; este solo puede servir como máxima para la acción en circunstancias concretas para alcanzar ciertos fines empíricos subjetivos.

En cambio, los imperativos categóricos tienen una validez incondicionada y absoluta, ya que no dependen de la satisfacción de ninguna condición empírica. A diferencia de las máximas, la razón prescribe en este caso para una voluntad universal, desligada de sus motivaciones e intereses subjetivos. Dado que la voluntad está determinada en este caso por la ley formal a priori y no por ninguna apetencia, solo los imperativos categóricos pueden ser la base de una moral universal y necesaria, es decir, objetiva.


Primera formulación del imperativo categórico

A partir de la diferencia entre los principios prácticos de las éticas materiales y formales, Kant introduce su primera tesis: una ley moral objetiva –universalmente válida– ha de legislar para toda voluntad racional y tomar la forma de un imperativo categórico. Siendo así, Kant efectúa la primera formulación de tal imperativo: Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal, lo que significa tomar como motivo de la acción una regla práctica que nuestra voluntad estuviese dispuesta a asumir como norma para toda voluntad que no sea la suya.

Esta primera formulación del imperativo permite a Kant marcar la frontera entre la legalidad y la moralidad. Para Kant no basta actuar conforme a la ley para actuar moralmente. La ley formula sus normas bajo la forma de imperativos hipotéticos tales como «haz esto si no deseas ser sancionado» o «haz aquello si deseas una recompensa», de modo que la voluntad que actúa de acuerdo a la legalidad lo hace movida por un interés empírico en lugar de por una ley a priori.

También vemos aquí, en el terreno de la ética, cómo emprende Kant un giro copernicano. La validez de la ley moral no procede de su ajuste con el concepto de «lo bueno», sino a la inversa: lo bueno es actuar conforme a la ley moral, cuya validez es universal porque tiene su origen en los principios a priori de la razón.


La autonomía moral

En el caso de las éticas materiales, la validez de la ley moral es subjetiva pues tiene su origen en un contenido empírico, en un deseo de la voluntad. En este sentido la voluntad actúa no por respeto a la ley, sino por las consecuencias que se derivan de la acción; la conciencia es heterónoma (está determinada no por ella misma, sino por condiciones empíricas). Pero en el marco de una ética formal la voluntad quiere actuar solo por deber, luego es preciso establecer cuáles son las condiciones que hacen que el hecho de la moralidad sea posible.

Para que la moralidad sea posible, es necesario considerar que la moral es autónoma (es decir, que se determina a sí misma), y, por tanto, se habrá de postular la existencia de la libertad de la voluntad. La autonomía es el origen de la ley, lo que unido a la afirmación de que la ley tiene su origen en la razón pura, le lleva a Kant a considerar que cada individuo tiene dignidad en tanto que ser racional. De aquí la segunda y tercera formulación del imperativo categórico: Obra de tal manera que la voluntad pueda considerarse a sí misma, mediante su máxima, como legisladora universal, y Obra de tal manera que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio.


Postulados de la razón práctica


1. El postulado de la libertad de la voluntad

Sólo somos morales cuando lo que nos mueve es la voluntad de cumplir con nuestro deber. Ahora bien, hablar de moralidad presupone aceptar que somos seres con capacidad para decidir nuestra actuación.

El mundo fenoménico se rige por la categoría de causa-efecto y las leyes de la naturaleza; es, pues, un mundo determinista, donde no hay lugar para la libertad. La existencia de la libertad humana es indemostrable científicamente, pues supone aplicar ideas trascendentales al material empírico, lo que se opone a las tesis de la Crítica de la razón pura.

Sin embargo, la autonomía de la voluntad implica necesariamente que esta es al mismo tiempo sujeto y objeto de la ley moral. En tanto que razón práctica, la voluntad es el origen de la ley y del deber, y, en tanto que voluntad, quiere la acción conforme a la ley que emana de ella misma. Pero ¿qué sentido tendría este ejercicio de autodeterminación de la voluntad, el querer lo que ella se ordena, si no se acepta previamente que la voluntad es libre?

La libertad de la voluntad humana es, por tanto, condición de posibilidad de la moralidad.


2. El postulado de la inmortalidad del alma

La virtud a la que se nos ordena aspirar por el imperativo categórico es, según Kant, la concordancia perfecta de la voluntad y el sentimiento con la ley moral.

Pero, aunque la voluntad no se encuentra determinada por la ley de causalidad que rige el mundo fenoménico, esto no lleva a Kant al extremo de afirmar que la voluntad humana se presenta completamente desligada del mundo de los deseos, de las necesidades físicas y psicológicas.

Una voluntad que no hubiese de reprimir y dominar sus tendencias y apetitos sensibles para actuar conforme al deber debería ser una voluntad santa. Pero esta concordancia completa de la voluntad con la ley moral es «una perfección de la cual no es capaz ningún ser racional del mundo sensible en ningún momento de su existencia».

Por lo tanto, si la virtud perfecta es ordenada por la razón en su uso práctico y, al mismo tiempo, no es alcanzable por ningún ser humano en ningún momento, entonces esta perfecta virtud se tiene que realizar en la forma de un progreso indefinido, infinito, hacia el ideal. «Pero este progreso infinito no es posible más que sobre la base del supuesto de una duración infinita de la existencia y de la personalidad del mismo ser racional, y esto se llama inmortalidad del alma».

Por tanto, aunque la inmortalidad del alma es indemostrable por la razón en su uso teórico, sí que puede establecerse como postulado de la razón práctica.


3. El postulado de la existencia de Dios

Para Kant, quien hace lo que debe es digno de ser feliz, pero no tiene su felicidad garantizada. El comportamiento correcto no necesariamente se recompensa en el mundo empírico.

El bien supremo para el bien humano sería que coincidieran la virtud y la felicidad. La felicidad no puede ser el fundamento de la virtud (pues nos hallaríamos ante una ética heterónoma), pero sí desearíamos, por razones éticas, que la virtud fuera causa de la felicidad. Es decir, que quien es digno de ser feliz fuera también feliz de hecho.

Que la virtud produce la felicidad es un enunciado falso en el mundo fenoménico, como nos muestra la experiencia; sin embargo, tal enunciado podría ser verdadero en el mundo inteligible.

Kant describe la felicidad como «el estado de un ser racional en el mundo, tal que en la totalidad de su existencia todo procede según su deseo y su voluntad». Pero el ser racional que está en el mundo no es autor del mundo, ni puede gobernar la naturaleza de tal modo que se establezca de hecho una conexión necesaria entre la virtud y la felicidad. Por tanto, hemos de postular «la existencia de una causa del todo de la naturaleza, que sea distinta de la naturaleza y contenga el fundamento de esa conexión, a saber, de la armonía exacta de la felicidad con la moralidad». Esta causa distinta a la naturaleza debe ser un ser inteligente capaz de proporcionar la felicidad a la moralidad.

La conexión entre virtud y felicidad nos obliga, pues, a postular la existencia de Dios.


4. El problema de Dios


Según Kant, los tres argumentos tradicionales para defender la existencia de Dios no tienen validez. Ello se debe a que hacen un empleo inapropiado de la razón en su uso teórico. La idea de Dios, sin embargo, encuentra su sentido como postulado de la razón práctica. «Tuve, pues, que suprimir al saber para dejar sitio a la fe», dirá Kant. Veamos sus críticas a los argumentos tradicionales:

  • Argumento ontológico. La existencia no es un predicado, sino una categoría basada en la constatación empírica. Pero precisamente Dios, por definición, no puede presentarse como fenómeno en la experiencia.

  • Argumento cosmológico. Es un uso ilegítimo de la categoría de causalidad, ya que se utiliza más allá del ámbito de la experiencia.

  • Argumento teleológico. Esta prueba emplea conceptos empíricos (tomados de la técnica humana: arquitectura, artesanía, etc.) para representar, en una extrapolación ilegítima, la totalidad de la experiencia, concibiéndola como obra de una Inteligencia Suprema.

Kant defiende el concepto de religión más seguido entre los hombres de la Ilustración: el deísmo. La religión de Kant es la «religión de la mera razón», una religión racional consistente en «el cumplimiento de todos los deberes humanos como mandamientos divinos». En esta religión no caben milagros, misterios o medios sobrenaturales. La Iglesia que corresponde a esta religión natural no es sino una comunidad ética de «hombres bienintencionados». Cualquier otra religión es ilusoria.


5. Política

En un sentido inverso a Platón o Aristóteles, Kant da prioridad a la ética frente a la política. «Aunque la proposición la honradez es la mejor política encierra una teoría que la práctica lamentablemente contradice con frecuencia, la proposición, igualmente teórica, de la honradez es mejor que la política, infinitamente por encima de toda objeción, es la condición ineludible de aquella primera».

En uno nuevo ejemplo de giro copernicano, no sería la realidad política la que determina la conciencia moral, sino al revés.

Kant está convencido de la idea de progreso propia de la ilustración, pero enfocándola más en el progreso de la conciencia ética que en el avance tecnológico. Concibe la historia misma de un modo teleológico, finalista, como un progreso indefinido de la moralidad humana: «podré, por lo tanto, tener por cierto que el género humano se halla en un avance constante en cuanto a la cultura, que progresa hacia mejor en cuanto a la finalidad moral de su existencia y que esto puede ser interrumpido temporalmente, pero nunca quebrado de manera definitiva.»

Esta historia humana no ha sido fácil. Piensa, como Hobbes, que el estado de naturaleza es un estado de guerra en el que nadie tiene seguridad ni se la ofrece a otro. Cada uno busca la satisfacción de sus deseos egoístas, de modo que el resto de seres humanos son tanto obstáculos como instrumentos a la vez. En este estado de naturaleza, el individuo no puede soportar a los demás, pero tampoco prescindir de ellos. Pero es precisamente por esta –en palabras de Kant– insociable sociabilidad como surgió la cultura humana y se fundó el derecho.

Toda la política debe subordinarse al derecho: «el derecho no tiene nunca que adecuarse a la política, sino siempre la política al derecho». El derecho consiste en un estado de coerción en el que un señor o dueño quebranta las voluntades egoístas e impone, mediante su poder irresistible, un orden de relaciones entre individuos. Aunque el derecho público no puede crear la moralidad interna de las acciones (pues, entonces, la moral sería heterónoma), es la condición de posibilidad de que haya libertad en las relaciones externas de los sujetos morales, de que el arbitrio de uno pueda conciliarse con el arbitrio de otro.

Si de Hobbes recibe la idea del estado de naturaleza como estado de guerra, de Rousseau toma Kant la idea del contrato social. Sin embargo, este contrato no es un fenómeno empírico que deba suceder en el futuro, sino un ideal de la razón. Como realidad puramente práctica, no fenoménica, el contrato social se convierte en una especie de cuarta formulación del imperativo categórico, «la de obligar a todo legislador a que dicte sus leyes como si estas pudieran haber emanado de la voluntad unida de todo un pueblo», constituyendo así el criterio para la legitimidad de toda ley pública, de su adecuación al concepto moral del derecho y de la correspondiente facultad moral de coaccionar.

Por último, el sentido teleológico de la historia le conduce a Kant a la idea de la paz perpetua. «No debe haber guerra» es un imperativo categórico que nos dicta nuestra razón práctica. El estado de guerra entre las naciones es semejante al estado de naturaleza entre individuos. Kant propone la instauración de un Estado mundial que regule las relaciones internacionales. Aunque esta paz perpetua es utópica, es el fin último del derecho al que debemos aspirar. «La paz perpetua es ciertamente una idea irrealizable. Pero los principios políticos que a ella tienden, o sea, integrar aquellas asociaciones de estados que sirven para la aproximación continua a ella, no lo son; sino que, antes bien, así como esta es una tarea fundada en el deber y, por consiguiente, también en el derecho de los hombres y los Estados, son en todo caso realizables.» Al menos, podemos comenzar –piensa Kant– por una federación de estados libres.




La antropología de Kant

Toda la filosofía de Kant es antropología. Las grandes preguntas de su pensamiento [¿qué puedo saber? (gnoseología), ¿qué debo hacer? (ética) y ¿qué puedo esperar? (religión)] se resumen en una sola: ¿qué es el hombre?

Ante la pregunta del problema del hombre en Kant, habría que explicar su doble dimensión: fenoménica (uso teórico) y nouménica (uso práctico). En tanto que fenómeno, el hombre no es libre, puesto que está determinado por las leyes de la naturaleza –física newtoniana. En tanto que nouménico, el hombre se ha de postular como libre, inmortal y con fe en un Dios racional (deísmo).

Por otra parte, el hombre tiende a contemplar la naturaleza conforme a la categoría de finalidad. De ahí que se pueda considerar la historia, teleológicamente, como un progreso infinito de la conciencia moral humana.


jueves, 14 de abril de 2011

David Hume

1. Introducción


El liberalismo político

Como vimos en la introducción a la Edad Moderna, el nuevo hombre que surge a partir del capitalismo se caracteriza por su individualismo y su tendencia al cálculo y al método.

El pensamiento político más afín a la burguesía ascendente será el liberalismo; una tendencia ideológica que defenderá las libertades y derechos individuales limitando al poder político, y que establecerá como derecho fundamental el de la propiedad privada.

El liberalismo deberá desembarazarse de este absolutismo limitando el poder «absoluto» de la razón que propugnaba el racionalismo. El empirismo de Locke propone una reducción modesta y razonable de los límites de la razón. El «hombre razonable» de Locke dejará de lado las optimistas y excesivas capacidades de la razón racionalista de Descartes y se atendrá a unas pocas certezas posibles y a muchas conjeturas y probabilidades, tanto en lo tocante a la filosofía teórica, como a la política y la ética


El liberalismo en Inglaterra

En Inglaterra, hay una larga tradición de limitación del poder del rey mediante la potenciación del Parlamento. En 1215, los barones le obligaron a Juan I a conceder la Carta Magna, en la que el rey se comprometía a respetar los privilegios de la nobleza.

Sin embargo, las guerras internas, los conflictos y la necesidad de unificación de los Estados dieron lugar, a principios de la Edad Moderna, al absolutismo, cuya máxima expresión es Thomas Hobbes.

En Inglaterra, el absolutismo fue representado por los la dinastía de los Estuardo. Jacobo I intentó imponer la supremacía de la religión anglicana frente al catolicismo y al puritanismo, lo que provocó a la Conspiración de la Pólvora en 1605.

En 1610, Jacobo I disolvió el Parlamento, que no sería convocado hasta 1621. La imposición de excesivos tributos y las detenciones arbitrarias llevadas a cabo por el rey hará que el Parlamento exija una Petición de Derechos (Bill of Rights) en 1225. La lucha, cada vez más violenta, entre la Corona y el Parlamento desembocará en la Guerra civil (1642-1648). El puritano Oliverio Cromwell derrotó al rey Carlos I, que acabó siendo decapitado en 1649.

Después de la Guerra, se instauró un régimen republicano gobernado por el Parlamento. En 1653 Cromwell disolvió el Parlamento y ejerció una dictadura personal hasta su muerte (1658).
En 1660 el rey Carlos II reinstauró el absolutismo de los Estuardo y, además, la Iglesia anglicana. El Parlamento respondió con el Habeas Corpus Act (1679), que protegía al individuo frente a detenciones arbitrarias y garantizaba la libertad personal (My home, my castle).

El Parlamento se agrupó en dos partidos: los whigs, burgueses de concepciones políticas y religiosas liberales, adversarios de los Estuardo e inclinados a un poder controlado por el Parlamento; los tories, conservadores y cortesanos, fieles a la dinastía, sostenedores de la Iglesia anglicana y de la monarquía de origen divino.

Jacobo II, católico, trató de reinstaurar el Catolicismo en Inglaterra (1685-1688). El nacimiento inesperado de un heredero, Jacobo III, creó para Inglaterra el peligro de una dinastía católica estable. Whigs y tories, unidos, llamaron a Guillermo III de Orange ofreciéndole la corona en la invocación de «la religión protestante y un parlamento libre». Esto produjo la incruenta Revolución Gloriosa (1688), por la que Jacobo II huyó a Francia.

La Revolución Gloriosa tuvo como consecuencia el acuerdo entre la nobleza terrateniente y la burguesía ciudadana para una participación por turnos en el gobierno. Además, se aprobó la Delaration of Rights (1689): aprobación de impuestos por el Parlamento, libertad de Imprenta e inamovilidad de los jueces. Bajo la inspiración de John Locke, se establecen las bases teóricas de la división del poder y de la propiedad privada, así como se consagra la superioridad de la ley (Parlamento) sobre la voluntad del rey.

Como consecuencia de esta revolución liberal, en Europa la monarquía constitucional irá reemplazando al sistema absolutista.


John Locke: ética y política

John Locke (1632-1704) fue el ideólogo más importante de la Revolución Gloriosa y, por ende, del liberalismo político. Sus tesis quedaron, un siglo después, reflejadas en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

En el campo de la teoría del conocimiento, Locke fue muy innovador, y a él se debe la formulación clásica del empirismo británico. En cambio, en el resto de su filosofía, Locke mezcla elementos nuevos con ideas de la tradición, como la del derecho natural.

Biografía

El padre de Locke fue un abogado que luchó contra los Estuardo. Tras recibir a la muerte de su padre una pequeña herencia y renunciar a la carrera eclesiástica, se inclinó hacia la ciencia y en especial la medicina, estudios que no termina, pero en cuya práctica adquiere fama reconocida. Por esta época de orientación a lo empírico, entabla amistad con el químico Robert Boyle y es nombrado miembro de la Royal Society. Cura de una grave enfermedad a Lord Hasley, luego primer conde de Shaftesbury, y entra a su servicio pasando a desarrollar algunas actividades diplomáticas y políticas. Las actividades conspiratorias del conde, partidario de los whigs, le llevan a residir por dos veces en Francia, circunstancia que aprovecha para contactar con los seguidores de Gassendi y frecuentar la facultad de medicina de Montpellier. Entre 1683 y 1688 reside en Holanda, donde colabora en la idea política de establecer al estatúder Guillermo de Orange en el trono de Inglaterra, escribe Carta sobre la tolerancia (publicada en 1690) y trabaja en la redacción, iniciada en 1670, de su Ensayo. Tras la Revolución Gloriosa y la expulsión del rey estuardo y católico, Jacobo II, Locke volvió a Inglaterra, en 1689, con el séquito de la futura reina María Estuardo. En 1690 publicó su dos obras más importantes, Ensayo sobre el entendimiento humano y Dos tratados sobre el gobierno civil. Esta última obra influyó en la teoría política que defendía una monarquía parlamentaria. En 1691, y hasta su muerte, se establece en Oates, Essex, en el castillo de sir Francis Masham y su esposa Damaris Cudworth, donde reedita sus obras anteriores y redacta Pensamientos sobre la educación (1693) y La razonabilidad del cristianismo (1695).

Ética

A pesar de su empirismo en la gnoseología, Locke propone un ideal racionalista en la ética: «la moralidad es tan susceptible de demostración como las matemáticas».

Locke defiende el utilitarismo. Define el bien y el mal por referencia al placer y al dolor. Es bueno lo que causa o aumenta el placer, y malo lo que causa o incrementa el dolor o hace disminuir el placer.

Sin embargo, el bien moral es la conformidad de nuestras acciones voluntarias con una determinada ley, por lo que el bien (es decir, «el placer») aumenta para nosotros de acuerdo con la voluntad del legislador; y el mal moral consiste en el desacuerdo de nuestras acciones voluntarias con una determinada ley, por lo que el mal (esto es, el «dolor») «cae sobre nosotros en virtud de la voluntad y el poder del que ha hecho la ley».

Locke distingue tres clases de leyes: la ley divina, la ley civil y la ley de la opinión o reputación. Las leyes divinas coinciden con la ley natural, mientras que las civiles emanan del poder político. Por su parte, las leyes de la opinión pública se refieren a la aprobación o desaprobación, elogio o censura, que las distintas sociedades hacen de las acciones humanas.


Política

Toda la filosofía política lockiana parte de la idea de una ley natural: a la vez ley de Dios y de la razón, que gobierna la naturaleza y es, al mismo tiempo, la ley moral a la que está sometido el hombre. El hombre está capacitado para comprender sus deberes morales y el cumplimiento de éstos es, por lo mismo, razonable. Los deberes y derechos morales a que obliga la ley natural son la vida, la libertad y la propiedad. Estos derechos y deberes existen ya en el estado de naturaleza en que el hombre se hallaba antes de iniciar la vida en un Estado político, y cuyos elementos básicos son la libertad y la igualdad.

El hombre razonable asume los derechos y deberes fundamentales, pero su situación de mera naturaleza –pese a no ser un estado de guerra de todos contra todos, como en Hobbes– no asegura que se cumplan. Por esta razón, los hombres desean vivir en una sociedad donde el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad esté garantizado por la existencia de un «sistema jurídico y judicial».

Se pasa de la sociedad natural a la civil por consenso, por consentimiento de los individuos. Se trata, pues, de un contrato social, si bien Locke no utiliza esta expresión. Los hombres se unen en sociedad, no para escapar, como en Hobbes, a la amenaza de muerte, sino llevados por la libertad que sienten y quieren proteger. Los hombres libres, iguales e independientes se vuelven ciudadanos por decisión propia, por consentimiento o por convención, y aceptan a los demás como asociados para salvaguardar sus vidas, sus libertades y sus propiedades.

La legitimidad del Estado descansa en el cumplimiento de la función por la que fue creado: defender los derechos y libertades personales. Por tanto, los ciudadanos conservan el derecho a rebelarse contra el poder estatal si este no cumple con su función. Los gobernantes son responsables de su acción de gobierno y están siempre sometidos al control y al juicio de aquellos a quienes gobiernan.

Contra el absolutismo, el pensador inglés propone, además, la separación de poderes: poder ejecutivo (Corona), poder legislativo (Parlamento) y poder federativo (relación con otras naciones). Aquí Locke es precursor de Montesquieu, quien en El espíritu de las leyes (1748) establece la separación de poderes vigente en las democracias liberales de nuestros días, que no separan el poder federativo pero sí el poder judicial.

Por último, Locke defiende la tolerancia religiosa, aunque ella no es extendible ni a los ateos (que, según él, carecen de principios morales) ni a aquellos que él piensa que no permiten extender a los demás la tolerancia que reclaman para sí mismos (católicos y musulmanes). Locke considera que es posible demostrar la existencia de Dios. Un hombre conoce su propia existencia de un modo intuitivo. Partiendo de la premisa de que «la simple nada no puede producir nada real», se deduce que, como el hombre ha tenido principio en el tiempo, debe haber sido producido por un ser distinto a él mismo, un ser que exista desde la eternidad: Dios.


El empirismo de Locke

Como Descartes, Locke se propuso analizar las ideas en tanto que contenidos de conciencia. Sin embargo, a diferencia de los racionalistas, Locke negó la existencia de ideas innatas: la mente nace como una hoja en blanco.

Locke ampara el principio empirista según el cual todo conocimiento debe proceder de la experiencia. Sin embargo, al igual que en su política, el filósofo inglés mantendrá aún conceptos de la tradición –como el de sustancia– que no serán del todo coherentes con el empirismo.
Para Locke, hay dos tipos de ideas: simples y complejas. Las ideas simples son recibidas pasivamente por los sentidos.

Estas ideas simples se dividen en:







  • Ideas de sensación. Son las que nos llegan desde los sentidos externos (vista, oído, gusto, olfato, tacto). Las sensaciones se dividen, a su vez, en cualidades primarias y cualidades secundarias. Las cualidades primarias son objetivas y se reciben por medio de más de un sentido, como la figura, la extensión o el movimiento y el reposo. Por el contrario, las cualidades secundarias se perciben por un solo sentido y son meramente subjetivas, como la idea de un color o de un sabor.


  • Ideas de reflexión. Se reciben por el sentido interno. Por ejemplo, la ideas de pensamiento, de percepción o de voluntad.


  • Ideas mixtas. Entran por las vías de la sensación y la reflexión, como las ideas de placer o de dolor.



Tomando como material las ideas simples, nuestro entendimiento elabora ideas complejas mediante las operaciones de combinación, comparación y abstracción. Las ideas complejas no son, como las simples, pasivas, sino que suponen una actividad del entendimiento.


Los diferentes tipos de ideas complejas son:









  • Ideas de modo. Son ideas no subsistentes por sí mismas, sino afecciones de una sustancia.


  • Ideas de sustancia. Las sustancias son el substrato que sirve de soporte a las cualidades. Las sustancias existen pero no las podemos conocer en sí mimas. «Todas nuestras ideas de las distintas clases de sustancias no son sino agrupaciones de ideas simples, con una suposición de algo a lo que pertenecen y en lo que subsisten; aunque de este algo supuesto no tengamos en modo alguno una idea clara ni distinta».


  • Ideas de relación. Comparamos ideas mediante relaciones. La idea de relación más importante es la idea de causalidad o relación causa-efecto.



George Berkeley (1685-1753)



Este clérigo irlandés se propuso derrotar el ateísmo y el escepticismo mediante el idealismo espiritualista o –como él lo llamaba– el inmaterialismo. Si, como decía Locke, las cualidades secundarias son subjetivas, ¿por qué no habrían de serlo también las cualidades primarias?



Según Berkeley, las sustancias materiales no existen. No hay objetos que sean causa de nuestras percepciones. Es contradictorio afirmar que existe algo que, como la sustancia, por definición no es posible percibir. Sólo podemos afirmar que existen las ideas que son percibidas y las mentes que perciben esas ideas: «ser es ser percibido o ser percipiente» (esse est percipi aut percipere). Es contradictorio afirmar que existe una causa o sustancia más allá de nuestras percepciones, si nos hemos tomado en serio el principio empirista de aceptar sólo lo que procede de la experiencia.



Sin embargo, defiende Berkeley que la regularidad que percibimos en nuestras ideas no puede tener origen en nosotros mismos. Dios es el que produce las ideas en nuestra mente y la regularidad que hay en ellas. Para Berkeley, seguidor de Newton, la ciencia consiste en el cálculo matemático que explica correctamente esa regularidad entre ideas.



Hume tomará de Berkeley la negación del mundo externo, pero llevará más lejos su crítica: ni siquiera aceptará la existencia de sujetos espirituales.


La física clásica: Newton

Isaac Newton (1642-1727) fue el científico más importante de la Edad Moderna. Con él, desapareció la diferencia entre la física celeste y la terrestre, pues las leyes son las mismas para todo el universo. La física de Newton será el modelo de ciencia imperante en el Siglo de las Luces.
Enunció las tres leyes de la mecánica clásica: 1) el principio de inercia; 2) el principio de la igualdad de la fuerza al producto de masa y aceleración; y 3) el principio de igualdad entre acción y reacción.



La física newtoniana estaba ligada a la filosofía mecanicista y a la asunción del principio de causalidad. Entre sus hallazgos se encuentran la descomposición de la luz en los colores del espectro y, paralelamente a Leibniz, el cálculo infinitesimal.



Pero el gran descubrimiento de Newton, que acomodaría las leyes de Kepler a las leyes universales de la física, fue la ley de la gravitación universal. Según esta ley, toda partícula del universo atrae a cualquier otra partícula con una fuerza que es proporcional al producto de las masas, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia.



Newton pensaba que el método científico está basado en la inducción empírica. Por este motivo, se abstuvo de realizar conjeturas acerca de cuál fuera la causa de la atracción gravitatoria; no «hacía hipótesis» al respecto, sino que se limitaba a relacionar los hechos experimentales mediante el cálculo matemático. Este planteamiento de Newton influirá en el posterior fenomenismo de Hume.



Para Newton el espacio y el tiempo son absolutos: el tiempo absoluto es verdadero y matemático y fluye sin relación a nada externo. El tiempo relativo (aparente y vulgar) es solamente una forma sensible de la verdadera duración del tiempo absoluto. El espacio absoluto está, por naturaleza, sin relación alguna con nada externo, y es inmóvil (mientras que el espacio relativo es la mera medida de este espacio que es definida por nuestros sentidos según su relación con los cuerpos). Espacio y tiempo absolutos son los órganos sensoriales de Dios (sensorium Dei), lo que garantiza su omnipresencia y eternidad. No obstante Newton no identifica espacio y tiempo con Dios, que no es eternidad e infinidad, sino eterno e infinito. El espacio y el tiempo no son Dios, pero Dios es la persona que se manifiesta como espacio y tiempo, pues existiendo en todas partes y siendo siempre, constituye el espacio y el tiempo.



La obra más importante de Newton fue Principios matemáticos de la filosofía natural (1687). La física de Newton ha estado vigente hasta poco más de un siglo, cuando fue sustituida por la teoría de la relatividad y la física cuántica.




2. Contexto de Hume


David Hume (1711-1776), filósofo escocés, fue la figura máxima del empirismo británico, y uno de los pensadores de mayor influencia en la filosofía posterior. Hume pertenece a la Ilustración, un movimiento imperante en el siglo XVIII que pretendía racionalizar todos los ámbitos de la experiencia humana, incluyendo la religión y la moral.



El liberalismo político, cuyo ideólogo más importante fue Locke, había dado lugar a un sistema estable después de la Revolución Gloriosa. Después de Locke, los pensadores ingleses del siglo XVIII fueron bastante conservadores, tanto en materia de política como de religión. La idea de los derechos naturales fue siendo desechada, hasta que la Revolución francesa no volvió a tomarla en consideración.



En Hume fue fundamental la influencia de Newton. Según dice en su Tratado sobre la naturaleza humana, que lleva el subtítulo de Intento de introducir el método experimental de razonamiento en los asuntos morales, Hume quiso llevar a cabo, en el mundo moral humano, lo que Newton había hecho con el mundo físico: la investigación basada en la observación y en la experimentación. Pretendió, por tanto, investigar la capacidad del entendimiento humano con métodos opuestos a los del racionalismo: «no es, por lo tanto, la razón la que es la guía de la vida, sino la costumbre».



Hume representa la culminación del empirismo británico. Como Locke, Hume está interesado en determinar el alcance y los límites del conocimiento humano y en descubrir los principios que regulan nuestro entendimiento. Berkeley había criticado el concepto de sustancia material que aún asumía Locke. Hume llega más lejos que el obispo irlandés, pues pone en cuestión toda las ideas tradicionales de la metafísica (Dios, Alma y Mundo).



La Ilustración británica fue tan importante como la francesa, por los resultados científicos de Newton y Robert Boyle y los principios filosóficos y políticos de Locke. Pero, junto con el empirismo y la renovación de la ciencia, los ilustrados ingleses se interesaron por cuestiones como el deísmo y la moral. David Hume, a quien cabe considerar como el representante más cualificado de la ilustración inglesa, participa en ambas discusiones sosteniendo tanto el deísmo, en Diálogos sobre la religión natural (1779), como la moral basada en el sentimiento, en Ensayo sobre los principios de la moral (1751). El deísmo defiende una religión puramente racional, despojada de la Revelación y de la posibilidad de los milagros; considera que Dios ha creado la naturaleza conforme a unas leyes, pero que no interviene en el mundo después de la esta creación, como un relojero que ya no modificara un reloj una vez fabricado. El utilitarismo, como doctrina ética basada en «el mayor bien para el mayor número», y la doctrina política del liberalismo basada en el «interés general» –ambas tributarias de la doctrina del «sentimiento moral»– son frutos esta ilustración inglesa que Hume encarnó.


Biografía

David Hume nació en Edimburgo (Escocia), y estudió en la universidad de esta misma ciudad, más interesado por la literatura y la historia que por la abogacía, profesión a la que quiso dedicarle su familia. Tras un intento frustrado de emplearse en un comercio en Bristol, a los 18 años decide marchar a Francia para dedicarse a los estudios literarios y filosóficos, creyendo que debía dar un cambio radical a su vida. Durante los años que pasó en Francia, primero en Reims y luego en La Flèche (1734-1737), escribió el Tratado sobre la naturaleza humana, publicado en dos volúmenes (1739), que pasó totalmente inadvertido, y que, según su misma opinión, fue una obra prematura que «salió muerta de las prensas». En 1740 intentó publicar una recensión de este libro que acabó siendo un Compendio del mismo, publicado con el título de Abstract.


Refundió luego la primera parte del Tratado, publicándola con el título de Investigación sobre el entendimiento humano (1751), así como la tercera con el título de Investigación sobre los principios de la moral (1752). Ninguna de estas obras le dio la fama literaria que ansiaba, que sólo comenzó a llegar con la publicación de sus Discursos políticos (1752). Nombrado bibliotecario de la facultad de derecho de Edimburgo, comenzó a publicar una Historia de Inglaterra (1754) que suscitó polémica y que, según su propio autor, resultó un éxito rentable.



Viajó a París (1763-1766) como secretario privado de Lord Hertford, embajador en Francia. Regresó de Francia con su amigo Jean-Jacques Rousseau, a quien su obra Emilio le causaba problemas. Ocupó el cargo de subsecretario de Estado (1767-1768) y se retiró finalmente a Edimburgo, donde murió de cáncer, aceptando su enfermedad con un sentido totalmente epicúreo de la vida. En su autobiografía, editada por su amigo Adam Smith, se definió como hombre de disposición cordial, con sentido del humor, jovial y social, cuyo carácter no lograron agriar los reveses de fortuna contra su deseo de fama literaria. Sus Diálogos sobre religión natural, obra considerada clásica en filosofía de la religión, escritos hacia 1752, se publicaron póstumamente en 1779.




3. Teoría del conocimiento

Como Descartes o Locke, Hume toma como punto de partida el análisis de los contenidos de conciencia, con la diferencia de que incorpora un nuevo concepto además del de ideas: las impresiones. De esta manera, las ideas ya no serán entendidas como copias de objetos externos –objetos que para Hume son problemáticos–, sino como copias de impresiones.



Las impresiones son percepciones muy fuertes y vivaces. Hay impresiones simples (por ejemplo, un color) e impresiones complejas (como la de una ciudad). Las impresiones tienen como fuentes la sensación (sentidos externos) y la reflexión (sentido interno).



Las ideas, por su parte, son copias de las impresiones y se encuentran en la memoria o en la imaginación. Las ideas se distinguen de las impresiones por poseer menos vivacidad y fuerza, por ser más débiles y oscuras.



El principio empirista es expuesto por Hume con el siguiente criterio: todas las ideas simples proceden de sus correspondientes impresiones simples, y para probar la validez de una idea simple debemos mostrar la impresión de la que es copia. Se elimina, así, cualquier posibilidad de existencia de las ideas innatas.


Las asociaciones de ideas

Ahora bien, ¿son las ideas complejas también una copia de impresiones complejas? Así ocurre en algunos casos: la idea de manzana proviene de la impresión compleja de manzana. Sin embargo, existen otros tipos de ideas que no son estrictamente copias de impresiones complejas. Por ejemplo, si pensamos en un unicornio o en un sapo que habla, ¿de qué impresión diríamos que provienen? De ninguna. En este caso, como en otos muchos, las ideas complejas son fruto de la combinación y unión que realiza la imaginación con las impresiones simples.



La imaginación es la facultad encargada de combinar impresiones simples y formar ideas complejas. A veces lo hace de manera fantasiosa, tal como sucede en los relatos fantásticos. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la imaginación crea ideas complejas siguiendo ciertas leyes y regularidades, debido a que determinadas ideas parecen conducir de modo natural a otras ideas. Por ejemplo, el humo nos hace pensar en el fuego, o el retrato de una persona en la persona misma. Estas tendencias son lo que Hume llamó, inspirado por las leyes de Newton, leyes de asociación de ideas.

Estas leyes de asociación son:



  • Semejanza. Hay algo en nuestra mente que la impulsa a asociar ideas entre las cuales hay un grado de similitud.

  • Contigüidad en el espacio y en el tiempo. Una idea nos conduce naturalmente a otra cuando entre ellas existe una relación de proximidad, ya sea espacial o temporal. De este modo, si vemos el arco de un violín, nos imaginaremos el violín, o una barca nos hará pensar en el mar.

  • Relación causa-efecto. Ante los fenómenos que se acostumbran a suceder temporalmente, nuestro entendimiento crea una expectativa de futuro: espera que ciertos hechos sigan a otros al igual que ha sucedido en el pasado. Por ejemplo, el humo al fuego o la lluvia a las nubes.

Modos de conocimiento

El entendimiento humano puede operar con las impresiones y las ideas para construir conocimientos complejos. Existen dos tipos diferentes de estos conocimientos:



  • Relaciones entre ideas. Se construyen conectando entre sí ideas que guardan una determinada relación. Su verdad es independiente de la experiencia, y puede descubrirse mediante operaciones del entendimiento. Si un enunciado que expresa una relación entre ideas es verdadero, su negación implica una contradicción. Encontramos este tipo de conocimientos en las ciencias formales (matemáticas y lógica).

  • Cuestiones de hecho. Se construyen a partir de los datos obtenidos de la experiencia y su verdad solo puede ser conocida mediante una comprobación experimental. La verdad o falsedad de un conocimiento de hechos depende de las impresiones. El que un enunciado que expresa un conocimiento de hechos sea verdadero no implica que su negación no hubiera podido serlo también. Este tipo de conocimiento es el de las ciencias empíricas.

La crítica al principio de causalidad

La conexión causa-efecto, además de una ley de asociación de ideas, es una relación que atribuimos a los acontecimientos que suceden en el mundo.


Hume, que desconfía siempre del dogmatismo, trata de comprobar la validez de la relación causal aplicando el principio empirista: parar toda idea o creencia se ha de comprobar de qué impresión es copia.


La relación causa-efecto es una asociación entre fenómenos. El fenómeno «fuego» sería el desencadenante de un determinado efecto, «calentamiento del agua». Hume observa que esta relación o conjunción se concibe como si se tratara de una conexión necesaria, como si ambos fenómenos se hallaran tan ligados, que la aparición de uno implicara necesariamente la aparición del otro.


Sin embargo, si aplicamos el principio empirista, resulta que no podemos encontrar ninguna impresión de necesidad entre el fenómeno que consideramos causa y el fenómeno que consideramos efecto. Lo único que observamos en este proceso es que un hecho va seguido de otro fenómeno, pero no observamos conexión necesaria entre ambos.
Así que Hume concluye que la idea de conexión necesaria es fruto de la imaginación. Al observar en innumerables casos cómo un fenómeno va seguido de otro, tendemos a considerar, llevados por la costumbre o hábito, que siempre sucederá así. Aunque esta proyección del pasado hacia el futuro resulta muy útil para vivir, puesto que, sin ella, el mundo se volvería caótico e imprevisible, la costumbre solo puede proporcionar creencias, pero nunca conocimiento universal y necesario.


El escepticismo académico

Muchas de las explicaciones científicas se basan en el principio de causalidad. En consecuencia, al ser cuestionado su fundamento, la totalidad del conocimiento científico queda problematizado.
Por tanto, los enunciados científicos no pueden identificarse con leyes universales, válidas en cualquier momento y en cualquier circunstancia. En realidad estas supuestas leyes son simples creencias apoyadas en la costumbre y en la tradición. Estas creencias no son ni universales ni necesarias; como mucho, son probables.



4. Crítica a la metafísica

Su empìrismo radical le lleva a David Hume a asumir el fenomenismo. Para él, la realidad se reduce a los fenómenos, es decir, a las percepciones o apariencias.
Hume acoge la crítica de Berkeley a la existencia de sustancias materiales, pero se distingue de él en que tampoco concede realidad a las sustancias pensantes.
En suma, Hume elabora una crítica despiadada a la metafísica y a sus tres ideas más importantes: Mundo, Alma y Dios.


Crítica al mundo externo

Hume aplica la crítica de Berkeley a la idea lockiana de sustancia, desde sus propios planteamientos.


Si somos coherentes con el principio empirista, tenemos que concluir que, como la idea de sustancia no proviene de ninguna impresión, esta idea ni se halla fundamentada ni puede ser considerada válida. Es una ilusión, una invención de nuestra imaginación.


Todas nuestras impresiones son puntuales y discontinuas, duran un momento y después desaparecen para dar paso a otras. En cambio, de la sustancia tenemos una concepción continua y estable en el tiempo. No obstante, ninguna impresión tiene la continuidad que atribuimos a la sustancia. No nos queda más remedio que suponer que se trata de una creación de nuestra imaginación que agrupa bajo un mismo nombre («mesa», «árbol», «rosa») diversas impresiones puntuales (figura, color, aroma…). A pesar de esto, la idea de sustancia es una invención o creencia extremadamente útil para sobrevivir.


Crítica a la idea de alma

Habiendo rechazado la validez de la idea de sustancia, ¿podemos seguir manteniendo la idea de alma, de un sustrato o sujeto que permanece idéntico a sí mismo, pero que no es simple y distinto de sus percepciones? ¿De qué impresión podría proceder tal idea de alma?
No existen impresiones constantes e invariables entre nuestras percepciones de las que podamos extraer la idea del yo, del alma. No hay ninguna impresión que pueda justificar la idea de un yo autoconsciente: «el yo o persona no consiste en ninguna impresión aislada, sino en todo aquello a lo que hacen referencia nuestras distintas impresiones de ideas».
Lo que nos induce a atribuir simplicidad e identidad al yo, a la mente, es una confusión entre las ideas de «identidad» y «sucesión», a las que hay que sumar la acción de la memoria. Ésta nos ofrece una sucesión de impresiones, todas ellas distintas, que terminamos por atribuir a un «sujeto», confundiendo así la idea de sucesión con la idea de identidad.


Crítica a la idea de Dios

Hume considera que la existencia de Dios no se puede demostrar racionalmente.
Los argumentos «a priori», que van de la causa al efecto, incurren en un uso ilegítimo del principio de causalidad, ya que este solo se puede aplicar en el ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa –Dios. Así que no podemos asegurar que haya una conjunción necesaria alguna entre esta y sus efectos, ya que nunca hemos podido observar esa conjunción en la experiencia.


Hume también rechaza los argumentos «a posteriori», los que se remontan del efecto a la causa. El argumento de que de la observación de la existencia de un cierto orden en la naturaleza se infiere la existencia de un proyecto y, por lo tanto, de una causa inteligente ordenadora, incurre también en el error de aplicar el principio de causalidad más allá de la experiencia. Y, además, este argumento atribuye a la causa más cualidades de las que son necesarias para producir el efecto: se podría inferir del orden del mundo la existencia de una causa inteligente, pero en ningún caso dotarla de más atributos de los ya conocidos por mí en el efecto. Por ejemplo, las supuestas cualidades morales que atribuimos a Dios no podemos inferirlas a partir del orden del mundo.


5. Ética

La teoría ética de Hume parte del rechazo a la tesis de que la razón puede ser el fundamento de la vida moral. Hume considera que el racionalismo ha incurrido en un error: la falacia naturalista. Esta falacia consiste en pretender obtener una conclusión en el terreno de la ética partiendo de cuestiones de hecho. Pero ello supone un paso ilegítimo del ámbito del ser al del deber ser.


Hume es el principal representante del emotivismo moral: los sentimientos morales determinan la conducta humana en el sentido de promover o condenar ciertas acciones, mientras que la razón es incapaz de cumplir esa función. Las valoraciones morales dependen del placer o del dolor que despiertan en el hombre determinadas acciones. El bien se asocia con una sensación placentera y el mal con lo contrario.


Los hombres desean actuar moralmente porque la vida buena produce satisfacción y placer, mientras que la vida deshonrosa produce insatisfacción y malestar. Éstas son cualidades de la naturaleza humana y en todas partes los hombres se conducen con idénticos criterios. Según Hume, son cuestiones de hecho no descubiertas por la razón humana, sino por el sentimiento. Pero, además, el hombre no tiende sólo individualmente a su felicidad, de una manera hedonista y egoísta, sino que, por ser capaz de compasión (o simpatía) sintoniza con la felicidad y el malestar de los demás, que es capaz de percibir como propios. Por eso la moral de Hume tiene una perspectiva social muy parecida a la del utilitarismo posterior de Jeremy Bentham (1748-1832), para quien lo «útil» será lo que procure placer o evita el dolor al mayor número posible de personas. De esta regularidad de sentimientos morales nacen las diversas creencias morales; aprobamos lo que es agradable y desaprobamos lo que es desagradable: y en esto consiste el sentimiento moral y a lo primero llamamos bien y a lo segundo mal. La razón no tiene aquí otra función que la de discernir las consecuencias sociales de los actos llamados morales.



6. Política

La filosofía política en Hume se convierte en ciencia empírica. No versa sobre el «deber ser», ni puede deducir conocimientos deductivos sobre la realidad social.


Hume rechaza el concepto de derecho natural. Las normas son un conjunto de convenciones o reglas muy generales que la experiencia ha demostrado que sirven de modo general a las necesidades humanas; no son verdades eternas que tengan sus raíces en la naturaleza, sino meras pautas de conducta justificadas por la experiencia de sus consecuencias y fijadas por el hábito.


Del mismo modo, las teorías del pacto social y el estado de naturaleza no son más que ficciones, ya que no hay ninguna constatación empírica de tales fenómenos. El gobierno es necesario por su utilidad para mantener la paz, el orden, la justicia y para los proyectos encaminados al bien común.


Como sí hay evidencia empírica de sociedades sin gobierno entre las tribus de América, Hume piensa que el gobierno se originó a partir de la guerra entre diferentes sociedades. Las guerras exteriores dan lugar a guerras internas en el caso de sociedades sin gobierno. Los primeros rudimentos de gobierno pueden encontrarse en la autoridad de que gozan los capitanes y jefezuelos de esas tribus durante las campañas militares: «Es evidente que no se dio un acuerdo o pacto expreso para llegar a la sumisión general, lo que constituía una idea muy por encima de la comprensión de los salvajes, y cada vez que el jefezuelo ejercía su autoridad se debía sin duda a las exigencias de un caso particular; la comprobación de la utilidad que se derivaba de estos actos de autoridad los hacía convertirse en cada vez más frecuentes y su frecuencia producía una aquiescencia habitual y, si se profiere, voluntaria de la gente».


La autoridad política es con frecuencia resultado de la fuerza, de una usurpación, rebelión o conquista. Si la autoridad es estable y no claramente tiránica y opresiva, se acepta como legítima en la práctica para la mayoría de los gobernados. Los males y peligros de la rebelión son tales, que sólo podrá intentarse de una manera legítima cuando se esté seguro de que las ventajas de actuar compensarán a las desventajas.

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