viernes, 19 de noviembre de 2010

La Teoría del Conocimiento: Razón y Sentidos

La Teoría del Conocimiento, también llamada gnoseología y epistemología, es una reflexión sobre el proceso del conocimiento humano y los problemas que en él se plantean, como, por ejemplo: ¿en qué consiste conocer?, ¿qué podemos conocer?, o ¿como sabemos que lo que creemos acerca del mundo es verdadero?

El conocimiento generalmente se considera como una relación entre un sujeto y un objeto. Esta relación se puede entender como una apropiación o captación que el sujeto hace del objeto mediante la producción de una imagen del mismo, o de una representación mental del objeto, debido a una modificación que el objeto causa en el sujeto. Esta modificación no es más que la percepción del objeto, en la cual el sujeto que conoce no está meramente pasivo y receptor, sino receptor y espontáneo.

En la cuestión del origen del conocimiento, el término «origen» puede entenderse de dos maneras: en sentido psicológico, como proceso real que comienza y termina, y en sentido lógico, como problema de fundamentación. Quien crea que el conocimiento se funda en última instancia en la razón y no en la experiencia atribuirá también el origen del conocimiento –por lo menos de cierta clase de conocimientos– a elementos de la sola razón. Y a la inversa, quien crea que no hay conocimiento si no es fundándose en la experiencia, sostendrá que el origen de las ideas es la experiencia. Los sistemas de conocimiento tradicionales que responden a este problema son el racionalismo, el empirismo y el idealismo trascendental de Kant.


1. Racionalismo

Para el racionalismo, la razón es el origen o la fuente principal del conocimiento, y éste es verdaderamente tal sólo cuando sea necesario y universal. El enunciado «el sol calienta las piedras», cuando se le entiende como ley de la naturaleza, en el sentido de que el sol es la causa de la temperatura de las piedras, y no como mera constatación de un hecho aislado, es un enunciado que implica universalidad y necesidad, propiedades que no es posible haber obtenido por simple observación de la experiencia y que hay que atribuir a algún hecho de la razón, esto es, a la idea de causalidad. Más presencia de la sola razón puede observarse en afirmaciones como «el todo es mayor que la parte», o «todo cuerpo es extenso». Estos últimos enunciados tienen unas características que los hacen semejantes a los enunciados matemáticos: su verdad no depende de ninguna experiencia. El racionalismo, de hecho, concibe todo el conocimiento a imagen y semejanza de una clase determinada de conocimiento, a saber, el conocimiento matemático, cuyas características básicas son la universalidad y la necesidad. Como las matemáticas, el conocimiento en general ha de ser de naturaleza deductiva, es decir, ha de poder inferirse de unas cuantas verdades iniciales incuestionables.

Platón, siguiendo a Parménides, dio preferencia al conocimiento racional. Las Ideas son los referentes absolutos gracias a los cuales son posibles las verdades universales. Para Agustín de Hipona, las ideas están contenidas en la inteligencia divina, y nosotros podemos encontrar estas ideas inmutables en nuestro interior gracias a una iluminación que Dios concede al alma. A estas verdades eternas les dio el racionalismo, en la época moderna, la categoría de verdades innatas (Descartes) La doble característica de la presencia de verdades universales y necesarias, por un lado, y de la posibilidad de deducir otras verdades de unas primeras innatas o a priori, dio al racionalismo su carácter dogmático: el entendimiento es capaz de conocer todas o muchas verdades, con certeza deductiva.


2. Empirismo

Aristóteles, al contrario que Platón, defendió la importancia de la experiencia sensorial en el conocimiento, aunque, como su maestro, seguía pensando que existen conceptos universales y eternos elaborados por el intelecto. Sin embargo, a estos conceptos universales pensaba Aristóteles que sólo podemos llegar por un proceso inductivo: la abstracción. Las esencias no son innatas al modo platónico, sino que accedemos a ellas acumulando experiencias sensoriales. El filósofo medieval Tomás de Aquino siguió también las tesis aristotélicas.

El empirismo en la edad moderna (Locke, Hume) fue más radical: la única fuente, a la vez que justificación, del conocimiento es la experiencia. Distingue este empirismo entre verdades de razón y verdades de hecho, propias las primeras del ámbito de la lógica y las matemáticas, y las segundas del mundo de las ciencias de la naturaleza y de la vida ordinaria; pero no existen ideas innatas –la mente es una tabula rasa, o un papel en blanco– ni tampoco a priori, porque nada hay en la mente que antes no haya estado de algún modo en los sentidos.

Frente al conocimiento universal y necesario del racionalismo, el empirismo aprecia y valora el conocimiento concreto y probable; al dogmatismo optimista opone con frecuencia, a lo largo de la historia del pensamiento, el escepticismo, o la afirmación de que la razón humana tiene los límites que le impone la experiencia, y que no son demasiadas las cosas que el espíritu humano puede conocer con certeza.


3. Idealismo trascendental

El sistema filosófico de Kant es históricamente un intento de síntesis entre la postura racionalista y la empirista. El conocimiento no puede explicarse ni por la sola razón ni por la sola experiencia: «los conceptos sin las intuiciones son vacíos, las intuiciones sin los conceptos son ciegas». Kant consideró que los conceptos universales no proceden del Ser, de Ideas trascendentes o de la inteligencia divina, sino de nuestra propia actividad como sujetos racionales. De ahí el apriorismo: con anterioridad a toda experiencia posible, el espíritu humano aporta la posibilidad misma de que algo sea conocido como objeto. Conocer es ordenar lo caótico mediante la sensación (organizada mediante espacio y tiempo) y el pensamiento (con sus reglas y sus conceptos universales); y no hay experiencia, y ni tan sólo naturaleza, sin la acción ordenadora de la mente humana.
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