jueves, 14 de abril de 2011

David Hume

1. Introducción


El liberalismo político

Como vimos en la introducción a la Edad Moderna, el nuevo hombre que surge a partir del capitalismo se caracteriza por su individualismo y su tendencia al cálculo y al método.

El pensamiento político más afín a la burguesía ascendente será el liberalismo; una tendencia ideológica que defenderá las libertades y derechos individuales limitando al poder político, y que establecerá como derecho fundamental el de la propiedad privada.

El liberalismo deberá desembarazarse de este absolutismo limitando el poder «absoluto» de la razón que propugnaba el racionalismo. El empirismo de Locke propone una reducción modesta y razonable de los límites de la razón. El «hombre razonable» de Locke dejará de lado las optimistas y excesivas capacidades de la razón racionalista de Descartes y se atendrá a unas pocas certezas posibles y a muchas conjeturas y probabilidades, tanto en lo tocante a la filosofía teórica, como a la política y la ética


El liberalismo en Inglaterra

En Inglaterra, hay una larga tradición de limitación del poder del rey mediante la potenciación del Parlamento. En 1215, los barones le obligaron a Juan I a conceder la Carta Magna, en la que el rey se comprometía a respetar los privilegios de la nobleza.

Sin embargo, las guerras internas, los conflictos y la necesidad de unificación de los Estados dieron lugar, a principios de la Edad Moderna, al absolutismo, cuya máxima expresión es Thomas Hobbes.

En Inglaterra, el absolutismo fue representado por los la dinastía de los Estuardo. Jacobo I intentó imponer la supremacía de la religión anglicana frente al catolicismo y al puritanismo, lo que provocó a la Conspiración de la Pólvora en 1605.

En 1610, Jacobo I disolvió el Parlamento, que no sería convocado hasta 1621. La imposición de excesivos tributos y las detenciones arbitrarias llevadas a cabo por el rey hará que el Parlamento exija una Petición de Derechos (Bill of Rights) en 1225. La lucha, cada vez más violenta, entre la Corona y el Parlamento desembocará en la Guerra civil (1642-1648). El puritano Oliverio Cromwell derrotó al rey Carlos I, que acabó siendo decapitado en 1649.

Después de la Guerra, se instauró un régimen republicano gobernado por el Parlamento. En 1653 Cromwell disolvió el Parlamento y ejerció una dictadura personal hasta su muerte (1658).
En 1660 el rey Carlos II reinstauró el absolutismo de los Estuardo y, además, la Iglesia anglicana. El Parlamento respondió con el Habeas Corpus Act (1679), que protegía al individuo frente a detenciones arbitrarias y garantizaba la libertad personal (My home, my castle).

El Parlamento se agrupó en dos partidos: los whigs, burgueses de concepciones políticas y religiosas liberales, adversarios de los Estuardo e inclinados a un poder controlado por el Parlamento; los tories, conservadores y cortesanos, fieles a la dinastía, sostenedores de la Iglesia anglicana y de la monarquía de origen divino.

Jacobo II, católico, trató de reinstaurar el Catolicismo en Inglaterra (1685-1688). El nacimiento inesperado de un heredero, Jacobo III, creó para Inglaterra el peligro de una dinastía católica estable. Whigs y tories, unidos, llamaron a Guillermo III de Orange ofreciéndole la corona en la invocación de «la religión protestante y un parlamento libre». Esto produjo la incruenta Revolución Gloriosa (1688), por la que Jacobo II huyó a Francia.

La Revolución Gloriosa tuvo como consecuencia el acuerdo entre la nobleza terrateniente y la burguesía ciudadana para una participación por turnos en el gobierno. Además, se aprobó la Delaration of Rights (1689): aprobación de impuestos por el Parlamento, libertad de Imprenta e inamovilidad de los jueces. Bajo la inspiración de John Locke, se establecen las bases teóricas de la división del poder y de la propiedad privada, así como se consagra la superioridad de la ley (Parlamento) sobre la voluntad del rey.

Como consecuencia de esta revolución liberal, en Europa la monarquía constitucional irá reemplazando al sistema absolutista.


John Locke: ética y política

John Locke (1632-1704) fue el ideólogo más importante de la Revolución Gloriosa y, por ende, del liberalismo político. Sus tesis quedaron, un siglo después, reflejadas en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

En el campo de la teoría del conocimiento, Locke fue muy innovador, y a él se debe la formulación clásica del empirismo británico. En cambio, en el resto de su filosofía, Locke mezcla elementos nuevos con ideas de la tradición, como la del derecho natural.

Biografía

El padre de Locke fue un abogado que luchó contra los Estuardo. Tras recibir a la muerte de su padre una pequeña herencia y renunciar a la carrera eclesiástica, se inclinó hacia la ciencia y en especial la medicina, estudios que no termina, pero en cuya práctica adquiere fama reconocida. Por esta época de orientación a lo empírico, entabla amistad con el químico Robert Boyle y es nombrado miembro de la Royal Society. Cura de una grave enfermedad a Lord Hasley, luego primer conde de Shaftesbury, y entra a su servicio pasando a desarrollar algunas actividades diplomáticas y políticas. Las actividades conspiratorias del conde, partidario de los whigs, le llevan a residir por dos veces en Francia, circunstancia que aprovecha para contactar con los seguidores de Gassendi y frecuentar la facultad de medicina de Montpellier. Entre 1683 y 1688 reside en Holanda, donde colabora en la idea política de establecer al estatúder Guillermo de Orange en el trono de Inglaterra, escribe Carta sobre la tolerancia (publicada en 1690) y trabaja en la redacción, iniciada en 1670, de su Ensayo. Tras la Revolución Gloriosa y la expulsión del rey estuardo y católico, Jacobo II, Locke volvió a Inglaterra, en 1689, con el séquito de la futura reina María Estuardo. En 1690 publicó su dos obras más importantes, Ensayo sobre el entendimiento humano y Dos tratados sobre el gobierno civil. Esta última obra influyó en la teoría política que defendía una monarquía parlamentaria. En 1691, y hasta su muerte, se establece en Oates, Essex, en el castillo de sir Francis Masham y su esposa Damaris Cudworth, donde reedita sus obras anteriores y redacta Pensamientos sobre la educación (1693) y La razonabilidad del cristianismo (1695).

Ética

A pesar de su empirismo en la gnoseología, Locke propone un ideal racionalista en la ética: «la moralidad es tan susceptible de demostración como las matemáticas».

Locke defiende el utilitarismo. Define el bien y el mal por referencia al placer y al dolor. Es bueno lo que causa o aumenta el placer, y malo lo que causa o incrementa el dolor o hace disminuir el placer.

Sin embargo, el bien moral es la conformidad de nuestras acciones voluntarias con una determinada ley, por lo que el bien (es decir, «el placer») aumenta para nosotros de acuerdo con la voluntad del legislador; y el mal moral consiste en el desacuerdo de nuestras acciones voluntarias con una determinada ley, por lo que el mal (esto es, el «dolor») «cae sobre nosotros en virtud de la voluntad y el poder del que ha hecho la ley».

Locke distingue tres clases de leyes: la ley divina, la ley civil y la ley de la opinión o reputación. Las leyes divinas coinciden con la ley natural, mientras que las civiles emanan del poder político. Por su parte, las leyes de la opinión pública se refieren a la aprobación o desaprobación, elogio o censura, que las distintas sociedades hacen de las acciones humanas.


Política

Toda la filosofía política lockiana parte de la idea de una ley natural: a la vez ley de Dios y de la razón, que gobierna la naturaleza y es, al mismo tiempo, la ley moral a la que está sometido el hombre. El hombre está capacitado para comprender sus deberes morales y el cumplimiento de éstos es, por lo mismo, razonable. Los deberes y derechos morales a que obliga la ley natural son la vida, la libertad y la propiedad. Estos derechos y deberes existen ya en el estado de naturaleza en que el hombre se hallaba antes de iniciar la vida en un Estado político, y cuyos elementos básicos son la libertad y la igualdad.

El hombre razonable asume los derechos y deberes fundamentales, pero su situación de mera naturaleza –pese a no ser un estado de guerra de todos contra todos, como en Hobbes– no asegura que se cumplan. Por esta razón, los hombres desean vivir en una sociedad donde el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad esté garantizado por la existencia de un «sistema jurídico y judicial».

Se pasa de la sociedad natural a la civil por consenso, por consentimiento de los individuos. Se trata, pues, de un contrato social, si bien Locke no utiliza esta expresión. Los hombres se unen en sociedad, no para escapar, como en Hobbes, a la amenaza de muerte, sino llevados por la libertad que sienten y quieren proteger. Los hombres libres, iguales e independientes se vuelven ciudadanos por decisión propia, por consentimiento o por convención, y aceptan a los demás como asociados para salvaguardar sus vidas, sus libertades y sus propiedades.

La legitimidad del Estado descansa en el cumplimiento de la función por la que fue creado: defender los derechos y libertades personales. Por tanto, los ciudadanos conservan el derecho a rebelarse contra el poder estatal si este no cumple con su función. Los gobernantes son responsables de su acción de gobierno y están siempre sometidos al control y al juicio de aquellos a quienes gobiernan.

Contra el absolutismo, el pensador inglés propone, además, la separación de poderes: poder ejecutivo (Corona), poder legislativo (Parlamento) y poder federativo (relación con otras naciones). Aquí Locke es precursor de Montesquieu, quien en El espíritu de las leyes (1748) establece la separación de poderes vigente en las democracias liberales de nuestros días, que no separan el poder federativo pero sí el poder judicial.

Por último, Locke defiende la tolerancia religiosa, aunque ella no es extendible ni a los ateos (que, según él, carecen de principios morales) ni a aquellos que él piensa que no permiten extender a los demás la tolerancia que reclaman para sí mismos (católicos y musulmanes). Locke considera que es posible demostrar la existencia de Dios. Un hombre conoce su propia existencia de un modo intuitivo. Partiendo de la premisa de que «la simple nada no puede producir nada real», se deduce que, como el hombre ha tenido principio en el tiempo, debe haber sido producido por un ser distinto a él mismo, un ser que exista desde la eternidad: Dios.


El empirismo de Locke

Como Descartes, Locke se propuso analizar las ideas en tanto que contenidos de conciencia. Sin embargo, a diferencia de los racionalistas, Locke negó la existencia de ideas innatas: la mente nace como una hoja en blanco.

Locke ampara el principio empirista según el cual todo conocimiento debe proceder de la experiencia. Sin embargo, al igual que en su política, el filósofo inglés mantendrá aún conceptos de la tradición –como el de sustancia– que no serán del todo coherentes con el empirismo.
Para Locke, hay dos tipos de ideas: simples y complejas. Las ideas simples son recibidas pasivamente por los sentidos.

Estas ideas simples se dividen en:







  • Ideas de sensación. Son las que nos llegan desde los sentidos externos (vista, oído, gusto, olfato, tacto). Las sensaciones se dividen, a su vez, en cualidades primarias y cualidades secundarias. Las cualidades primarias son objetivas y se reciben por medio de más de un sentido, como la figura, la extensión o el movimiento y el reposo. Por el contrario, las cualidades secundarias se perciben por un solo sentido y son meramente subjetivas, como la idea de un color o de un sabor.


  • Ideas de reflexión. Se reciben por el sentido interno. Por ejemplo, la ideas de pensamiento, de percepción o de voluntad.


  • Ideas mixtas. Entran por las vías de la sensación y la reflexión, como las ideas de placer o de dolor.



Tomando como material las ideas simples, nuestro entendimiento elabora ideas complejas mediante las operaciones de combinación, comparación y abstracción. Las ideas complejas no son, como las simples, pasivas, sino que suponen una actividad del entendimiento.


Los diferentes tipos de ideas complejas son:









  • Ideas de modo. Son ideas no subsistentes por sí mismas, sino afecciones de una sustancia.


  • Ideas de sustancia. Las sustancias son el substrato que sirve de soporte a las cualidades. Las sustancias existen pero no las podemos conocer en sí mimas. «Todas nuestras ideas de las distintas clases de sustancias no son sino agrupaciones de ideas simples, con una suposición de algo a lo que pertenecen y en lo que subsisten; aunque de este algo supuesto no tengamos en modo alguno una idea clara ni distinta».


  • Ideas de relación. Comparamos ideas mediante relaciones. La idea de relación más importante es la idea de causalidad o relación causa-efecto.



George Berkeley (1685-1753)



Este clérigo irlandés se propuso derrotar el ateísmo y el escepticismo mediante el idealismo espiritualista o –como él lo llamaba– el inmaterialismo. Si, como decía Locke, las cualidades secundarias son subjetivas, ¿por qué no habrían de serlo también las cualidades primarias?



Según Berkeley, las sustancias materiales no existen. No hay objetos que sean causa de nuestras percepciones. Es contradictorio afirmar que existe algo que, como la sustancia, por definición no es posible percibir. Sólo podemos afirmar que existen las ideas que son percibidas y las mentes que perciben esas ideas: «ser es ser percibido o ser percipiente» (esse est percipi aut percipere). Es contradictorio afirmar que existe una causa o sustancia más allá de nuestras percepciones, si nos hemos tomado en serio el principio empirista de aceptar sólo lo que procede de la experiencia.



Sin embargo, defiende Berkeley que la regularidad que percibimos en nuestras ideas no puede tener origen en nosotros mismos. Dios es el que produce las ideas en nuestra mente y la regularidad que hay en ellas. Para Berkeley, seguidor de Newton, la ciencia consiste en el cálculo matemático que explica correctamente esa regularidad entre ideas.



Hume tomará de Berkeley la negación del mundo externo, pero llevará más lejos su crítica: ni siquiera aceptará la existencia de sujetos espirituales.


La física clásica: Newton

Isaac Newton (1642-1727) fue el científico más importante de la Edad Moderna. Con él, desapareció la diferencia entre la física celeste y la terrestre, pues las leyes son las mismas para todo el universo. La física de Newton será el modelo de ciencia imperante en el Siglo de las Luces.
Enunció las tres leyes de la mecánica clásica: 1) el principio de inercia; 2) el principio de la igualdad de la fuerza al producto de masa y aceleración; y 3) el principio de igualdad entre acción y reacción.



La física newtoniana estaba ligada a la filosofía mecanicista y a la asunción del principio de causalidad. Entre sus hallazgos se encuentran la descomposición de la luz en los colores del espectro y, paralelamente a Leibniz, el cálculo infinitesimal.



Pero el gran descubrimiento de Newton, que acomodaría las leyes de Kepler a las leyes universales de la física, fue la ley de la gravitación universal. Según esta ley, toda partícula del universo atrae a cualquier otra partícula con una fuerza que es proporcional al producto de las masas, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia.



Newton pensaba que el método científico está basado en la inducción empírica. Por este motivo, se abstuvo de realizar conjeturas acerca de cuál fuera la causa de la atracción gravitatoria; no «hacía hipótesis» al respecto, sino que se limitaba a relacionar los hechos experimentales mediante el cálculo matemático. Este planteamiento de Newton influirá en el posterior fenomenismo de Hume.



Para Newton el espacio y el tiempo son absolutos: el tiempo absoluto es verdadero y matemático y fluye sin relación a nada externo. El tiempo relativo (aparente y vulgar) es solamente una forma sensible de la verdadera duración del tiempo absoluto. El espacio absoluto está, por naturaleza, sin relación alguna con nada externo, y es inmóvil (mientras que el espacio relativo es la mera medida de este espacio que es definida por nuestros sentidos según su relación con los cuerpos). Espacio y tiempo absolutos son los órganos sensoriales de Dios (sensorium Dei), lo que garantiza su omnipresencia y eternidad. No obstante Newton no identifica espacio y tiempo con Dios, que no es eternidad e infinidad, sino eterno e infinito. El espacio y el tiempo no son Dios, pero Dios es la persona que se manifiesta como espacio y tiempo, pues existiendo en todas partes y siendo siempre, constituye el espacio y el tiempo.



La obra más importante de Newton fue Principios matemáticos de la filosofía natural (1687). La física de Newton ha estado vigente hasta poco más de un siglo, cuando fue sustituida por la teoría de la relatividad y la física cuántica.




2. Contexto de Hume


David Hume (1711-1776), filósofo escocés, fue la figura máxima del empirismo británico, y uno de los pensadores de mayor influencia en la filosofía posterior. Hume pertenece a la Ilustración, un movimiento imperante en el siglo XVIII que pretendía racionalizar todos los ámbitos de la experiencia humana, incluyendo la religión y la moral.



El liberalismo político, cuyo ideólogo más importante fue Locke, había dado lugar a un sistema estable después de la Revolución Gloriosa. Después de Locke, los pensadores ingleses del siglo XVIII fueron bastante conservadores, tanto en materia de política como de religión. La idea de los derechos naturales fue siendo desechada, hasta que la Revolución francesa no volvió a tomarla en consideración.



En Hume fue fundamental la influencia de Newton. Según dice en su Tratado sobre la naturaleza humana, que lleva el subtítulo de Intento de introducir el método experimental de razonamiento en los asuntos morales, Hume quiso llevar a cabo, en el mundo moral humano, lo que Newton había hecho con el mundo físico: la investigación basada en la observación y en la experimentación. Pretendió, por tanto, investigar la capacidad del entendimiento humano con métodos opuestos a los del racionalismo: «no es, por lo tanto, la razón la que es la guía de la vida, sino la costumbre».



Hume representa la culminación del empirismo británico. Como Locke, Hume está interesado en determinar el alcance y los límites del conocimiento humano y en descubrir los principios que regulan nuestro entendimiento. Berkeley había criticado el concepto de sustancia material que aún asumía Locke. Hume llega más lejos que el obispo irlandés, pues pone en cuestión toda las ideas tradicionales de la metafísica (Dios, Alma y Mundo).



La Ilustración británica fue tan importante como la francesa, por los resultados científicos de Newton y Robert Boyle y los principios filosóficos y políticos de Locke. Pero, junto con el empirismo y la renovación de la ciencia, los ilustrados ingleses se interesaron por cuestiones como el deísmo y la moral. David Hume, a quien cabe considerar como el representante más cualificado de la ilustración inglesa, participa en ambas discusiones sosteniendo tanto el deísmo, en Diálogos sobre la religión natural (1779), como la moral basada en el sentimiento, en Ensayo sobre los principios de la moral (1751). El deísmo defiende una religión puramente racional, despojada de la Revelación y de la posibilidad de los milagros; considera que Dios ha creado la naturaleza conforme a unas leyes, pero que no interviene en el mundo después de la esta creación, como un relojero que ya no modificara un reloj una vez fabricado. El utilitarismo, como doctrina ética basada en «el mayor bien para el mayor número», y la doctrina política del liberalismo basada en el «interés general» –ambas tributarias de la doctrina del «sentimiento moral»– son frutos esta ilustración inglesa que Hume encarnó.


Biografía

David Hume nació en Edimburgo (Escocia), y estudió en la universidad de esta misma ciudad, más interesado por la literatura y la historia que por la abogacía, profesión a la que quiso dedicarle su familia. Tras un intento frustrado de emplearse en un comercio en Bristol, a los 18 años decide marchar a Francia para dedicarse a los estudios literarios y filosóficos, creyendo que debía dar un cambio radical a su vida. Durante los años que pasó en Francia, primero en Reims y luego en La Flèche (1734-1737), escribió el Tratado sobre la naturaleza humana, publicado en dos volúmenes (1739), que pasó totalmente inadvertido, y que, según su misma opinión, fue una obra prematura que «salió muerta de las prensas». En 1740 intentó publicar una recensión de este libro que acabó siendo un Compendio del mismo, publicado con el título de Abstract.


Refundió luego la primera parte del Tratado, publicándola con el título de Investigación sobre el entendimiento humano (1751), así como la tercera con el título de Investigación sobre los principios de la moral (1752). Ninguna de estas obras le dio la fama literaria que ansiaba, que sólo comenzó a llegar con la publicación de sus Discursos políticos (1752). Nombrado bibliotecario de la facultad de derecho de Edimburgo, comenzó a publicar una Historia de Inglaterra (1754) que suscitó polémica y que, según su propio autor, resultó un éxito rentable.



Viajó a París (1763-1766) como secretario privado de Lord Hertford, embajador en Francia. Regresó de Francia con su amigo Jean-Jacques Rousseau, a quien su obra Emilio le causaba problemas. Ocupó el cargo de subsecretario de Estado (1767-1768) y se retiró finalmente a Edimburgo, donde murió de cáncer, aceptando su enfermedad con un sentido totalmente epicúreo de la vida. En su autobiografía, editada por su amigo Adam Smith, se definió como hombre de disposición cordial, con sentido del humor, jovial y social, cuyo carácter no lograron agriar los reveses de fortuna contra su deseo de fama literaria. Sus Diálogos sobre religión natural, obra considerada clásica en filosofía de la religión, escritos hacia 1752, se publicaron póstumamente en 1779.




3. Teoría del conocimiento

Como Descartes o Locke, Hume toma como punto de partida el análisis de los contenidos de conciencia, con la diferencia de que incorpora un nuevo concepto además del de ideas: las impresiones. De esta manera, las ideas ya no serán entendidas como copias de objetos externos –objetos que para Hume son problemáticos–, sino como copias de impresiones.



Las impresiones son percepciones muy fuertes y vivaces. Hay impresiones simples (por ejemplo, un color) e impresiones complejas (como la de una ciudad). Las impresiones tienen como fuentes la sensación (sentidos externos) y la reflexión (sentido interno).



Las ideas, por su parte, son copias de las impresiones y se encuentran en la memoria o en la imaginación. Las ideas se distinguen de las impresiones por poseer menos vivacidad y fuerza, por ser más débiles y oscuras.



El principio empirista es expuesto por Hume con el siguiente criterio: todas las ideas simples proceden de sus correspondientes impresiones simples, y para probar la validez de una idea simple debemos mostrar la impresión de la que es copia. Se elimina, así, cualquier posibilidad de existencia de las ideas innatas.


Las asociaciones de ideas

Ahora bien, ¿son las ideas complejas también una copia de impresiones complejas? Así ocurre en algunos casos: la idea de manzana proviene de la impresión compleja de manzana. Sin embargo, existen otros tipos de ideas que no son estrictamente copias de impresiones complejas. Por ejemplo, si pensamos en un unicornio o en un sapo que habla, ¿de qué impresión diríamos que provienen? De ninguna. En este caso, como en otos muchos, las ideas complejas son fruto de la combinación y unión que realiza la imaginación con las impresiones simples.



La imaginación es la facultad encargada de combinar impresiones simples y formar ideas complejas. A veces lo hace de manera fantasiosa, tal como sucede en los relatos fantásticos. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la imaginación crea ideas complejas siguiendo ciertas leyes y regularidades, debido a que determinadas ideas parecen conducir de modo natural a otras ideas. Por ejemplo, el humo nos hace pensar en el fuego, o el retrato de una persona en la persona misma. Estas tendencias son lo que Hume llamó, inspirado por las leyes de Newton, leyes de asociación de ideas.

Estas leyes de asociación son:



  • Semejanza. Hay algo en nuestra mente que la impulsa a asociar ideas entre las cuales hay un grado de similitud.

  • Contigüidad en el espacio y en el tiempo. Una idea nos conduce naturalmente a otra cuando entre ellas existe una relación de proximidad, ya sea espacial o temporal. De este modo, si vemos el arco de un violín, nos imaginaremos el violín, o una barca nos hará pensar en el mar.

  • Relación causa-efecto. Ante los fenómenos que se acostumbran a suceder temporalmente, nuestro entendimiento crea una expectativa de futuro: espera que ciertos hechos sigan a otros al igual que ha sucedido en el pasado. Por ejemplo, el humo al fuego o la lluvia a las nubes.

Modos de conocimiento

El entendimiento humano puede operar con las impresiones y las ideas para construir conocimientos complejos. Existen dos tipos diferentes de estos conocimientos:



  • Relaciones entre ideas. Se construyen conectando entre sí ideas que guardan una determinada relación. Su verdad es independiente de la experiencia, y puede descubrirse mediante operaciones del entendimiento. Si un enunciado que expresa una relación entre ideas es verdadero, su negación implica una contradicción. Encontramos este tipo de conocimientos en las ciencias formales (matemáticas y lógica).

  • Cuestiones de hecho. Se construyen a partir de los datos obtenidos de la experiencia y su verdad solo puede ser conocida mediante una comprobación experimental. La verdad o falsedad de un conocimiento de hechos depende de las impresiones. El que un enunciado que expresa un conocimiento de hechos sea verdadero no implica que su negación no hubiera podido serlo también. Este tipo de conocimiento es el de las ciencias empíricas.

La crítica al principio de causalidad

La conexión causa-efecto, además de una ley de asociación de ideas, es una relación que atribuimos a los acontecimientos que suceden en el mundo.


Hume, que desconfía siempre del dogmatismo, trata de comprobar la validez de la relación causal aplicando el principio empirista: parar toda idea o creencia se ha de comprobar de qué impresión es copia.


La relación causa-efecto es una asociación entre fenómenos. El fenómeno «fuego» sería el desencadenante de un determinado efecto, «calentamiento del agua». Hume observa que esta relación o conjunción se concibe como si se tratara de una conexión necesaria, como si ambos fenómenos se hallaran tan ligados, que la aparición de uno implicara necesariamente la aparición del otro.


Sin embargo, si aplicamos el principio empirista, resulta que no podemos encontrar ninguna impresión de necesidad entre el fenómeno que consideramos causa y el fenómeno que consideramos efecto. Lo único que observamos en este proceso es que un hecho va seguido de otro fenómeno, pero no observamos conexión necesaria entre ambos.
Así que Hume concluye que la idea de conexión necesaria es fruto de la imaginación. Al observar en innumerables casos cómo un fenómeno va seguido de otro, tendemos a considerar, llevados por la costumbre o hábito, que siempre sucederá así. Aunque esta proyección del pasado hacia el futuro resulta muy útil para vivir, puesto que, sin ella, el mundo se volvería caótico e imprevisible, la costumbre solo puede proporcionar creencias, pero nunca conocimiento universal y necesario.


El escepticismo académico

Muchas de las explicaciones científicas se basan en el principio de causalidad. En consecuencia, al ser cuestionado su fundamento, la totalidad del conocimiento científico queda problematizado.
Por tanto, los enunciados científicos no pueden identificarse con leyes universales, válidas en cualquier momento y en cualquier circunstancia. En realidad estas supuestas leyes son simples creencias apoyadas en la costumbre y en la tradición. Estas creencias no son ni universales ni necesarias; como mucho, son probables.



4. Crítica a la metafísica

Su empìrismo radical le lleva a David Hume a asumir el fenomenismo. Para él, la realidad se reduce a los fenómenos, es decir, a las percepciones o apariencias.
Hume acoge la crítica de Berkeley a la existencia de sustancias materiales, pero se distingue de él en que tampoco concede realidad a las sustancias pensantes.
En suma, Hume elabora una crítica despiadada a la metafísica y a sus tres ideas más importantes: Mundo, Alma y Dios.


Crítica al mundo externo

Hume aplica la crítica de Berkeley a la idea lockiana de sustancia, desde sus propios planteamientos.


Si somos coherentes con el principio empirista, tenemos que concluir que, como la idea de sustancia no proviene de ninguna impresión, esta idea ni se halla fundamentada ni puede ser considerada válida. Es una ilusión, una invención de nuestra imaginación.


Todas nuestras impresiones son puntuales y discontinuas, duran un momento y después desaparecen para dar paso a otras. En cambio, de la sustancia tenemos una concepción continua y estable en el tiempo. No obstante, ninguna impresión tiene la continuidad que atribuimos a la sustancia. No nos queda más remedio que suponer que se trata de una creación de nuestra imaginación que agrupa bajo un mismo nombre («mesa», «árbol», «rosa») diversas impresiones puntuales (figura, color, aroma…). A pesar de esto, la idea de sustancia es una invención o creencia extremadamente útil para sobrevivir.


Crítica a la idea de alma

Habiendo rechazado la validez de la idea de sustancia, ¿podemos seguir manteniendo la idea de alma, de un sustrato o sujeto que permanece idéntico a sí mismo, pero que no es simple y distinto de sus percepciones? ¿De qué impresión podría proceder tal idea de alma?
No existen impresiones constantes e invariables entre nuestras percepciones de las que podamos extraer la idea del yo, del alma. No hay ninguna impresión que pueda justificar la idea de un yo autoconsciente: «el yo o persona no consiste en ninguna impresión aislada, sino en todo aquello a lo que hacen referencia nuestras distintas impresiones de ideas».
Lo que nos induce a atribuir simplicidad e identidad al yo, a la mente, es una confusión entre las ideas de «identidad» y «sucesión», a las que hay que sumar la acción de la memoria. Ésta nos ofrece una sucesión de impresiones, todas ellas distintas, que terminamos por atribuir a un «sujeto», confundiendo así la idea de sucesión con la idea de identidad.


Crítica a la idea de Dios

Hume considera que la existencia de Dios no se puede demostrar racionalmente.
Los argumentos «a priori», que van de la causa al efecto, incurren en un uso ilegítimo del principio de causalidad, ya que este solo se puede aplicar en el ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa –Dios. Así que no podemos asegurar que haya una conjunción necesaria alguna entre esta y sus efectos, ya que nunca hemos podido observar esa conjunción en la experiencia.


Hume también rechaza los argumentos «a posteriori», los que se remontan del efecto a la causa. El argumento de que de la observación de la existencia de un cierto orden en la naturaleza se infiere la existencia de un proyecto y, por lo tanto, de una causa inteligente ordenadora, incurre también en el error de aplicar el principio de causalidad más allá de la experiencia. Y, además, este argumento atribuye a la causa más cualidades de las que son necesarias para producir el efecto: se podría inferir del orden del mundo la existencia de una causa inteligente, pero en ningún caso dotarla de más atributos de los ya conocidos por mí en el efecto. Por ejemplo, las supuestas cualidades morales que atribuimos a Dios no podemos inferirlas a partir del orden del mundo.


5. Ética

La teoría ética de Hume parte del rechazo a la tesis de que la razón puede ser el fundamento de la vida moral. Hume considera que el racionalismo ha incurrido en un error: la falacia naturalista. Esta falacia consiste en pretender obtener una conclusión en el terreno de la ética partiendo de cuestiones de hecho. Pero ello supone un paso ilegítimo del ámbito del ser al del deber ser.


Hume es el principal representante del emotivismo moral: los sentimientos morales determinan la conducta humana en el sentido de promover o condenar ciertas acciones, mientras que la razón es incapaz de cumplir esa función. Las valoraciones morales dependen del placer o del dolor que despiertan en el hombre determinadas acciones. El bien se asocia con una sensación placentera y el mal con lo contrario.


Los hombres desean actuar moralmente porque la vida buena produce satisfacción y placer, mientras que la vida deshonrosa produce insatisfacción y malestar. Éstas son cualidades de la naturaleza humana y en todas partes los hombres se conducen con idénticos criterios. Según Hume, son cuestiones de hecho no descubiertas por la razón humana, sino por el sentimiento. Pero, además, el hombre no tiende sólo individualmente a su felicidad, de una manera hedonista y egoísta, sino que, por ser capaz de compasión (o simpatía) sintoniza con la felicidad y el malestar de los demás, que es capaz de percibir como propios. Por eso la moral de Hume tiene una perspectiva social muy parecida a la del utilitarismo posterior de Jeremy Bentham (1748-1832), para quien lo «útil» será lo que procure placer o evita el dolor al mayor número posible de personas. De esta regularidad de sentimientos morales nacen las diversas creencias morales; aprobamos lo que es agradable y desaprobamos lo que es desagradable: y en esto consiste el sentimiento moral y a lo primero llamamos bien y a lo segundo mal. La razón no tiene aquí otra función que la de discernir las consecuencias sociales de los actos llamados morales.



6. Política

La filosofía política en Hume se convierte en ciencia empírica. No versa sobre el «deber ser», ni puede deducir conocimientos deductivos sobre la realidad social.


Hume rechaza el concepto de derecho natural. Las normas son un conjunto de convenciones o reglas muy generales que la experiencia ha demostrado que sirven de modo general a las necesidades humanas; no son verdades eternas que tengan sus raíces en la naturaleza, sino meras pautas de conducta justificadas por la experiencia de sus consecuencias y fijadas por el hábito.


Del mismo modo, las teorías del pacto social y el estado de naturaleza no son más que ficciones, ya que no hay ninguna constatación empírica de tales fenómenos. El gobierno es necesario por su utilidad para mantener la paz, el orden, la justicia y para los proyectos encaminados al bien común.


Como sí hay evidencia empírica de sociedades sin gobierno entre las tribus de América, Hume piensa que el gobierno se originó a partir de la guerra entre diferentes sociedades. Las guerras exteriores dan lugar a guerras internas en el caso de sociedades sin gobierno. Los primeros rudimentos de gobierno pueden encontrarse en la autoridad de que gozan los capitanes y jefezuelos de esas tribus durante las campañas militares: «Es evidente que no se dio un acuerdo o pacto expreso para llegar a la sumisión general, lo que constituía una idea muy por encima de la comprensión de los salvajes, y cada vez que el jefezuelo ejercía su autoridad se debía sin duda a las exigencias de un caso particular; la comprobación de la utilidad que se derivaba de estos actos de autoridad los hacía convertirse en cada vez más frecuentes y su frecuencia producía una aquiescencia habitual y, si se profiere, voluntaria de la gente».


La autoridad política es con frecuencia resultado de la fuerza, de una usurpación, rebelión o conquista. Si la autoridad es estable y no claramente tiránica y opresiva, se acepta como legítima en la práctica para la mayoría de los gobernados. Los males y peligros de la rebelión son tales, que sólo podrá intentarse de una manera legítima cuando se esté seguro de que las ventajas de actuar compensarán a las desventajas.

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