viernes, 29 de abril de 2011

Immanuel Kant

1. Contexto de Kant

Immanuel Kant (1724-1804) es uno de los más importantes filósofos de todos los tiempos. Es el engarce entre filosofía moderna y filosofía contemporánea. La filosofía moderna había ido otorgando cada vez mayor protagonismo a la conciencia o subjetividad. Kant culminará este proceso haciendo ver que la realidad objetiva es, sobre todo, un producto de la actividad de la conciencia.

Kant, también, representa la cima del movimiento ilustrado. La ilustración consiste, para él, en «la salida del hombre de su minoría de edad». Kant contempla la historia humana como un progreso, tanto en el terreno científico como en el moral. Por otra parte, es notable la influencia de Rousseau en él por la importancia, en la ética, del sentimiento moral.

La ilustración en Prusia fue promovida por la mayor parte de la dinastía Hohenzollern –sobre todo por Federico el Grande–. Estos monarcas crearon un ejército muy disciplinado y un cuerpo burocrático compuesto por miembros de la burguesía, para así poder centralizar el poder en su territorio y acabar con la disgregación feudal. Este proceso de modernización centralizada recibe el nombre de absolutismo ilustrado. Además, con el fin crear una identidad cultural dentro de Prusia, los reyes fomentaron la religión pietista, que influyó notablemente en Kant.

Por su parte, el racionalismo del sistema de Christian Wolff era casi siempre amparado por los reyes prusianos, ya que expresaba filosóficamente el ideal de la ilustración alemana. Kant continuó el racionalismo wolffiano hasta romper con él tras su lectura de David Hume.

La filosofía trascendental de Kant puede interpretarse como un intento de síntesis entre las corrientes racionalista y empirista que le habían precedido. Pero, además, su doctrina sirvió de puente entre la edad moderna y la contemporánea. Aunque siga muy imbuido en la problemática gnoseológica moderna, Kant abre paso a nuevos planteamientos, como la importancia de la actividad humana en la construcción de la realidad o la interpretación de la historia en tanto que desarrollo de la libertad.


El absolutismo ilustrado

A comienzos de la Edad Moderna, el territorio de la actual Alemania era un conglomerado de pequeños principados independientes anclados todavía en el régimen feudal. Aunque el Imperio Sacro Romano no tenía apenas poder político y estaba muy descentralizado, sí que había, en cambio, un alto grado de centralización dentro de cada territorio. Los gobernantes dentro de los estados se hacían cada vez con más poder a costa de sus súbditos, y tenían la intención de gobernar sin consultar a un parlamento. Muchos gobernantes consiguieron crear un ejército permanente y una burocracia capaz de cobrar impuestos y administrar el territorio.

Los nobles feudales independientes se convirtieron en aristócratas orientados a la corte, y los burgueses en burócratas dependientes del gobernante. Los súbditos, por su parte –después de los fracasos de las revueltas campesinas del siglo XVI–, siguieron habituados a la obediencia y al servilismo.

El caso más claro de desarrollo del absolutismo y del aumento del poder de los gobernantes fue el de Brandenburgo-Prusia. Este estado, regido por la dinastía de los Hohenzollern, se fue convirtiendo en una de las principales potencias europeas.


El pietismo

En su proyecto centralizador, los reyes prusianos fomentaron un movimiento religioso heterodoxo: el pietismo. Esta fe llegó a convertirse en una especie de religión de estado que relegó al luteranismo. Los pietistas pensaban que la reforma luterana se había circunscrito a un ámbito solo teológico, y que afectaba muy poco a la vida de las personas. Insistían en la importancia de la experiencia personal de conversión para llevar una vida activamente cristiana. Se reunían en pequeños grupos para leer la Biblia, rezar y compartir sus experiencias en sus intentos de llevar una vida santa. Los encuentros para discutir el modo en que cada individuo leía y entendía la Biblia contribuyeron al desarrollo de una mayor confianza en la razón, así como a la convicción de que el ascenso social debía provenir del mérito (meritocracia), y no del rango o la cuna. El énfasis práctico y la fe en el triunfo del talento se aplicaron también al cada vez más extendido sistema de educación primaria y secundaria.


Síntesis entre racionalismo y empirismo

Los Hohenzollern también, por lo general, ampararon el racionalismo como expresión de la ilustración alemana. El sistema de Christian Wolff (1679-1754), continuador de su maestro G. W. Leibniz (1646- 1716), pretendía constituirse en un método capaz de fundamentar racionalmente todos los saberes.

El sistema de Wolff tuvo un éxito notable en Alemania, y Kant comenzó su carrera inspirado por él en su llamado periodo precrítico. Será la lectura de David Hume la que le haga despertarse del –llamado por Kant– sueño dogmático.

Kant cree superar la disputa entre racionalismo y empirismo mediante el idealismo trascendental. Distingue, en el conocimiento, entre contenidos materiales y elementos formales. Lo a priori en el conocimiento ya no serán las ideas innatas, sino formas o estructuras desprovistas de contenido, que, aunque vacías, están presentes como configuradoras de la experiencia.


Nexo entre dos épocas

Kant acogió con entusiasmo la Revolución Francesa. Este acontecimiento histórico representó la realización práctica de los ideales ilustrados, y da inicio al mundo contemporáneo, en el que estamos aún.

En las reflexiones de Kant se encuentran los gérmenes del pensamiento contemporáneo: la voluntad incondicionada como explicación de los fenómenos, la demarcación entre ciencia y filosofía y el progreso de la conciencia humana como motor de la historia.

  • El romanticismo y el irracionalismo. Kant, que tuvo en alta estima a Rousseau, destacó la importancia del sentimiento en la moral y en la estética. Arthur Schopenhauer (1788-1860) afirmó que sólo la voluntad es capaz de acceder a la Cosa en sí que se halla oculta tras los fenómenos. Este irracionalismo influyó en la voluntad de poder de Friedrich Nietzsche (1844-1900) y en el descubrimiento del inconsciente por parte de Sigmund Freud (1856-1939).

  • El positivismo. Esta corriente, iniciada por Auguste Comte (1798-1857) parte de la demarcación kantiana entre ciencia y metafísica. El positivismo defiende que todo el conocimiento científico debe basarse en hechos, y, a la vez, mantiene un optimismo sobre el progreso de la humanidad gracias al desarrollo tecno-científico. En el siglo XX, el neopositivismo ha subrayado el papel no sintético, sino aclaratorio, de los enunciados filosóficos (filosofía analítica), y ha desembocado en el estudio del lenguaje en tanto que condición a priori, trascendental, de nuestra experiencia (filosofía del lenguaje). En estos campos, Ludwig Wittgenstein (1889-1951) ha sido uno de los pensadores más influyentes.

  • El idealismo alemán. Si el positivismo hace hincapié en la vertiente humeana de Kant, el idealismo alemán desarrollará su lado más racionalista. La naturaleza y la historia, según G. W. F. Hegel (1770-1831), son despliegues de la conciencia racional que va tomando cada vez mayor conciencia de sí misma. Karl Marx (1818-1883) adaptó esta dialéctica a coordenadas materialistas: el sujeto revolucionario, formado por los que transforman el mundo mediante su trabajo, ha de hacer que la sociedad pase a una fase de la historia verdaderamente humana.


Vida de Kant (1721-1804)


Immanuel Kant nació en Königsberg (Prusia oriental entonces y, en la actualidad, provincia rusa), cuarto hijo de una familia humilde de once hermanos. Los biógrafos describen a los padres de Kant, Johann Georg Kant y Regina Reuter, como personas sumamente honestas, rectas y amantes de la concordia, y a la madre en particular, que Kant perdió a los trece años, como a una mujer que imprimió en su familia el espíritu y las normas del pietismo. A los seis años, Kant asiste a la escuela local del Hospital suburbano y, luego, dos años más tarde, ingresa en el Colegio Fridericiano. Königsberg era, en el s. XVIII, uno de los focos principales del pietismo en Prusia. Franz Albert Schultz, director del colegio y pietista destacado, aunque de orientación moderada, se encargó de la formación del pequeño Kant, continuando la educación iniciada por la madre.

A los 16 años, Kant ingresa en la universidad Albertina de Königsberg, donde Martin Knutzen, wolffiano heterodoxo de ideas renovadoras y conocedor, además, de la física newtoniana, le inicia no sólo en la filosofía de Wolff, entonces ya en plena crisis, sino también en las teorías físicas de Newton. La situación de crisis de la metafísica racionalista de Wolff según la tradición de Leibniz y los problemas que surgen de los nuevos planteamientos de la física de Newton, junto con el pietismo ambiental vivido desde la infancia, configuran el ambiente intelectual de la juventud de Kant; no es extraño, pues, que las primeras obras de Kant cultivaran cuestiones científicas más que filosóficas, que luego intentara una nueva manera de hacer filosofía y que la ética kantiana contenga algo de aquellos primeros rigores y entusiasmos morales.

Al morir su padre, en 1746, Kant se ve obligado a abandonar la universidad y ha de ganarse la vida como preceptor, o tutor, en familias de los alrededores de Königsberg. Por entonces había comenzado a cambiar el panorama filosófico de Alemania: Federico Guillermo I priva a Wolff de su cátedra en Halle y le manda salir del país; Maupertuis, científico y filósofo francés ilustrado, es llamado por Federico II de Prusia para organizar la Academia de Ciencias de Berlín (1744-1759); hacia 1740, las obras de Christian August Crusius (1715-1775) comienzan a extender el empirismo inglés por Alemania.

Kant publica, en 1749, en alemán, no en latín, su primera obra: Ideas sobre la verdadera valoración de las fuerzas vitales, inspirada en la física de Leibniz, iniciando así el denominado «período precrítico», que durará hasta 1770, durante el cual predominan las obras sobre temas científicos. A esta primera obra sigue, en 1755, vuelto ya a Königsberg, otra publicada anónimamente, Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, en la que propone una cosmogonía mecanicista, de inspiración newtoniana, que anticipa la hipótesis que luego se llamó «de Kant-Laplace» sobre el origen del universo. En este mismo año, obtiene el doctorado en filosofía, con una tesis Sobre el fuego, y luego, con Nueva elucidación de los primeros principios del conocimiento metafísico, obra de crítica a la metafísica de Wolff, escrita para obtener el permiso para la docencia como profesor no titular.

Entre 1762 y 1764 publica obras que le dan a conocer como filósofo en Alemania: Investigación sobre la claridad de los principios de la teología natural y de la moral; La única prueba posible para demostrar la existencia de Dios; Intento de introducir en la sabiduría del universo el concepto de las magnitudes negativas. Es una época de gran actividad intelectual que combina con una intensa actividad social –a la que dedicaba media jornada, por las tardes–, que le hace merecer el título de «Maestro elegante», que llama la atención por la agudeza de espíritu y la profundidad y amplitud del saber. En Sueños de un visionario esclarecidos por los sueños de la metafísica (1766), que escribe contra el visionario sueco, Emanuel Swedenborg (1689-1772), rechaza definitivamente el tipo de metafísica, tan alejado de la experiencia, que se practicaba por aquel entonces, y se inclina ya por una concepción de la filosofía, de la metafísica «de la que el destino me ha hecho enamorarme», como la ciencia de los límites de la razón humana, y no como un sistema de saber. La filosofía, más que conocimiento, es para él crítica del mismo.

Por estos años se va extendiendo por Alemania el escepticismo ilustrado inglés y francés, uno de cuyos principales promotores es el ya mencionado Christian August Crusius y, a través de él, conoce Kant las ideas escépticas del empirismo de Hume. A esto hace probablemente referencia cuando, más tarde, dice Kant que debe a Hume haberlo despertado «del sueño dogmático». Kant se adhiere, pues, a una crítica de la metafísica que se inspira en Hume, pero no va a admitir sus planteamientos escépticos. Así, en 1770, con ocasión de pasar a ser, a los 46 años, profesor ordinario de lógica y metafísica en la universidad de Königsberg, redacta la llamada Disertación de 1770, cuyo título es Sobre la forma y los principios del mundo sensible e inteligible, en la que distingue claramente entre conocimiento sensible y conocimiento inteligible, de modo que el conocimiento no queda limitado meramente a la experiencia, debiendo reconocer, por lo mismo, un conocimiento metafísico que debe justificarse. Aquí empieza la construcción de la que será llamada filosofía trascendental, edificada sobre la idea de un sujeto que impone sus condiciones subjetivas a la posibilidad de que las cosas sean conocidas y pensadas; la «gran luz» que dice haber percibido hacia el año 1769. Con esta fecha comienza el llamado período crítico que Kant inicia con un silencio de 10 años, que dedica al análisis de las objeciones que se le formularon a su propuesta inicial de señalar las características del conocimiento sensible y del intelectual. La gran luz no es otra que la noción de sujeto trascendental, o de subjetividad trascendental, a saber, aquella que impone a la materia del conocimiento la manera o forma de conocer o de representarnos las cosas.

La Crítica de la razón pura, que aparece en mayo de 1781 (segunda edición en 1787), tras un período de maduración de 12 años, pero escrita casi a vuela pluma, en cinco o seis meses, representa la investigación –la crítica– a la que Kant somete a la razón humana. La obra más fundamental de Kant despierta escaso interés y los críticos ponen de relieve su oscuridad y dificultad; poco después, sin embargo, suscita un enorme interés que la convertirá en el libro que habrá de cambiar radicalmente la orientación de la filosofía. A modo de introducción a su obra, publica Kant, en 1783, Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia. Siguen Idea para una historia general concebida en un sentido cosmopolita (1784); Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784); Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785); Principios metafísicos de la ciencia natural, con un título que recuerda la obra fundamental de Newton, en el centenario de su publicación; la segunda edición, en 1787, de la Crítica de la razón pura; la Crítica de la razón práctica (1788), cuyo tema es la vida moral del hombre libre, y la Crítica del juicio (1790), que intenta mediar entre naturaleza y libertad, o armonizar las dos Críticas anteriores.

En 1793, la publicación de La religión dentro de los límites de la mera razón (1793) y, luego, de El fin de todas las cosas (1794), obras ambas sobre filosofía de la religión, es acogida con disgusto por las autoridades prusianas, en una época en que Federico Guillermo II (1786-1797) había restringido la libertad de enseñanza e imprenta, a diferencia de lo hecho por sus antecesores, Federico Guillermo I, el Rey Sargento (1713-1740) y Federico II el Grande (1740-1786), quienes habían sido sumamente tolerantes. El emperador ordena a Kant que se abstenga de tratar de temas religiosos, cosa que promete Kant y que cumple hasta la llegada del nuevo emperador, Federico Guillermo III, cuando publica El conflicto de las facultades (1797). Antes había publicado, en 1795, Por la paz perpetua. En 1797, aparece Metafísica de las costumbres, obra sobre filosofía del derecho y de la moral.

En 1796 Kant, a los 73 años de edad y fatigado ya, abandona la docencia a la que se había dedicado durante cuarenta años, a lo largo de los cuales había tratado en sus lecciones de la mayoría de temas que podían entonces enseñarse: lógica, metafísica, matemática, geografía física, antropología, pedagogía, filosofía de la historia, filosofía de la religión, moral y filosofía del derecho. Kant había seguido la costumbre de utilizar en sus clases manuales que, según cuentan sus biógrafos, seguía muy a distancia y la mayoría de las veces para destacar la magnitud de los errores que contenían. Escribía anotaciones al margen en estos manuales y sólo con las contenidas en la Metafísica de Baumgarten, utilizada de 1758 a 1796, se publicaron posteriormente dos volúmenes de comentarios críticos hechos por Kant. De cómo eran estas clases, destaca J.G. Herder el recuerdo de que Kant «coaccionaba gratamente a pensar por cuenta propia», idea que concuerda de lleno con la exhortación de Kant, en su Lógica, según la cual «nadie aprende a filosofar sino por el ejercicio que cada cual hace de su propia razón» y en la respuesta que da a ¿Qué es la Ilustración?, definiéndola como la mayoría de edad que una época alcanza cuando se atreve a pensar por propia cuenta. A la par que la actividad escolar, mantuvo también la académica: fue varias veces decano de la facultad y, por dos veces, rector de la misma.

En 1799 aparecen ya síntomas de decadencia en Kant y éste abandona la tarea emprendida de revisar toda su obra; le ayuda y ordena sus papeles su discípulo, amigo y biógrafo Wasianski: la revisión iniciada pasó a denominarse Opus postumum. El tema fundamental del conjunto de esta obra es la cuestión del «paso» de los principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza a los principios empíricos de la física.

Kant murió el 12 de febrero de 1804, pronunciando las palabras: Es is gut («está bien». En la lápida de su tumba se grabaron posteriormente las palabras con que inicia la conclusión de su Crítica de la razón práctica:




2. Uso teórico de la razón

La principal obra en la que Kant estudia el problema del conocimiento es la Crítica de la Razón pura. Kant se pregunta en este libro si es posible que la metafísica pueda llegar a constituirse como una ciencia.

Kant no parte de una duda radical acerca de todo tipo de conocimiento como Descartes, sino que considera que las ciencias de su época son verdades bien establecidas, en concreto las matemáticas y la física newtoniana. Ambas, según Kant, nos aportan nuevos conocimientos, ya que sus leyes y teoremas son juicios o enunciados en los que se combinan un sujeto y un predicado diferentes entre sí; son, pues, juicios sintéticos. Por ejemplo, en el juicio matemático “2 + 3 = 5” Kant piensa que el predicado “5” es un resultado de un juicio sintético, pues no es posible deducir el “5” del mero análisis del sujeto “2 + 3”.

La consideración de los teoremas matemáticos como juicios sintéticos distingue a Kant de la tradición anterior. Recordemos que para Hume las matemáticas no nos proporcionarían conocimiento nuevo, sino que son «relaciones de ideas» cuya necesidad se fundaría meramente en el principio de contradicción. En el lenguaje de Kant, para Hume las matemáticas serían juicios analíticos, esto es, juicios en los que el predicado no haría más que explicar, aclarar o analizar el sujeto del enunciado, puesto que en los juicios analíticos el predicado está incluido en el sujeto. Para Kant, estos juicios analíticos serán propios de la lógica, pero no de las matemáticas.

Otra diferencia de Kant respecto a Hume es entender que las leyes de la física no son meramente probables, resultado de una costumbre subjetiva. Muy por el contrario, la física newtoniana nos ofrece juicios a priori, esto es, absolutamente necesarios, ya que no proceden de la experiencia. Por otra parte, a los juicios empíricos que sí proceden de la experiencia –las «cuestiones de hecho» de Hume– Kant los llama juicios a posteriori.


Kant

Ciencias

Hume

Juicios analíticos

Lógica

Relaciones
de ideas

Juicios sintéticos a priori

Matemáticas

Física

Cuestiones
de hecho

Juicios sintéticos a posteriori

Material
empírico


Por tanto, la pregunta de si la metafísica es posible como ciencia puede desglosarse en dos partes:


  1. ¿Cómo son posibles las ciencias? O, con otras palabras: ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?

  2. ¿Es posible la metafísica como ciencia? ¿Puede haber en la metafísica juicios sintéticos a priori?


El idealismo trascendental

Berkeley había llevado el idealismo hasta sus últimas consecuencias. Si nos tomamos en serio el principio empirista («el conocimiento procede de los sentidos»), suponer la existencia un objeto físico o sustrato material que sea la causa de nuestras impresiones resulta contradictorio. ¿De qué impresión o sensación se derivaría esa causa que, por definición, estaría más allá de nuestros fenómenos?

Kant es idealista en tanto que se plantea los problemas filosóficos a partir del análisis de nuestros contenidos de conciencia, es decir, de nuestros fenómenos o ideas. Pero no es idealista subjetivo como Berkeley, ya que piensa que hay una realidad objetiva. Ni tampoco cae en el escepticismo como Hume, puesto que considera que la experiencia está organizada mediante unos elementos que son necesarios, ya que no proceden de la experiencia misma. «No puede haber duda de que todo nuestro conocimiento empieza con la experiencia… Pero aunque todo conocimiento comienza con la experiencia, de ello no se sigue que todo él proceda de la experiencia.»

Kant ilustra con el nombre de giro copernicano su superación del escepticismo. En lugar de considerar que las estructuras formales y objetivas proceden de los objetos y que nuestro entendimiento no debe hacer otra cosa que adaptarse a ellas (el adecuacionismo de Aristóteles), piensa Kant que es el sujeto el que impone esos elementos universales, necesarios y a priori a los fenómenos.

Los fenómenos se componen de una mezcla de material empírico (nuestras sensaciones) y formas (estructuras necesarias). Todo sujeto racional organiza la experiencia mediante formas a priori. A este sujeto racional y universal –lo que tenemos todos los seres racionales en común– lo llama Kant sujeto trascendental.

El sujeto trascendental es a la vez pasivo y activo. Es receptivo en tanto que recibe el material empírico, mientras que es activo o «espontáneo» en tanto que dota al material empírico de organización.

Según Kant, las fuentes del conocimiento humano son tres: sensibilidad, entendimiento y razón. La sensibilidad es la facultad receptiva por la que nos son dados los objetos. El entendimiento, por el que los objetos son pensados, es, en cambio, activo. La diferencia entre sensibilidad y entendimiento es una distinción semejante a la que hacía Locke entre la pasividad de la mente al recibir las ideas simples y la actividad al elaborar con ellas las ideas complejas. Por último, la razón es la facultad de pensar sobrepasando la experiencia.


A los elementos a priori del conocimiento Kant los llama condiciones de posibilidad de la experiencia. Así que, para responder a la pregunta de cómo son posibles las ciencias indagará Kant cuáles son las condiciones de posibilidad (elementos a priori) tanto de la sensibilidad como del entendimiento.

La función del entendimiento consiste en unificar los datos recibidos por los sentidos; por tanto, es improcedente aplicar el entendimiento a otra esfera que no sea la experiencia misma.

Debido a esta limitación del entendimiento a la experiencia, Kant podría parecer un empirista más. Sin embargo, él constata que todos los seres humanos tendemos por naturaleza a ir más allá de los fenómenos, ya que buscamos principios explicativos de la totalidad de nuestra experiencia. A estos principios absolutos e incondicionados, propios de la metafísica, les da Kant el nombre de ideas trascendentales. Como estas ideas no pueden ser empíricas, Kant les asigna una nueva facultad: la razón. A diferencia del entendimiento, la razón no puede ni debe ser aplicada al material empírico. Es, por tanto, pura. El problema de esta razón pura será que, dado que no se remite a la experiencia, no puede ofrecernos conocimiento científico.

Kant distingue entre fenómenos y noúmenos. Noúmeno significa «lo pensado»; es la cosa en sí incognoscible que está más allá de la experiencia: no puede ser percibida pero sí razonada. Aquí sigue Kant la estela de Platón. El mundo sensible sería el de los fenómenos, constituido por las intuiciones de la sensibilidad y los conceptos del entendimiento. La razón pura, en cambio, construye objetos ideales que son suprasensibles y pertenecen a un mundo inteligible. Este mundo inteligible, como veremos, no puede ser conocido científicamente (razón teórica), sino solo postulado como exigencia de nuestra moralidad (razón práctica).

Al estudio de cada facultad de la razón teórica le dedica Kant una parte de la Crítica de la razón pura:

  1. La Estética trascendental analiza los elementos a priori de la sensibilidad.

  2. La Analítica trascendental estudia lo a priori en el entendimiento.

  3. La Dialéctica trascendental trata sobre las ideas trascendentales de la razón desde el punto de vista de su uso teórico.


Estética trascendental

En la estética trascendental, Kant analiza la primera facultad que interviene en el proceso del conocimiento: la sensibilidad. Ésta representa la capacidad de abrirnos al mundo, es decir, la receptividad necesaria para podernos construir una representación de la realidad.

Los contenidos que capta la sensibilidad son las intuiciones, que se corresponden con las impresiones de Hume. Para Kant, sólo podemos tener conocimiento inmediato (es decir, «intuitivo») de lo sensorial. Sólo es posible la intuición sensible, no la intelectual. No podemos, pues, tener conocimiento intuitivo de ideas metafísicas como Dios o el Alma.

Aun así, no todas las intuiciones son empíricas: hay también intuiciones puras. Estas intuiciones no son contenidos materiales, sino las condiciones de posibilidad necesarias para que pueda dársenos cualquier intuición empírica. Son las formas a priori de la experiencia; en concreto, el espacio y el tiempo.

Siguiendo a Newton, Kant considera que el espacio y el tiempo son coordenadas absolutas imprescindibles para ubicar los fenómenos. Sin embargo, espacio y tiempo no son sensorios de Dios al modo newtoniano, sino –giro copernicano– formas que impone el sujeto trascendental a cualquier material empírico.

Estas formas a priori de la sensibilidad fundamentan las matemáticas. La geometría, que estudia las relaciones espaciales, construye sus objetos a partir de la intuición pura del espacio; la aritmética, basada en las series numéricas, se realiza mediante la intuición pura del tiempo.


Analítica trascendental

En la analítica trascendental se analiza la segunda facultad cognitiva: el entendimiento. Este se caracteriza por la facultad de pensar o realizar juicios a partir de las intuiciones de la sensibilidad. Los juicios se realizan mediante los conceptos, que agrupan la multiplicidad de impresiones y las dotan de sentido. Los conceptos son los instrumentos necesarios para pensar la realidad.

Igual que en la sensibilidad había dos tipos de intuiciones (empíricas y puras), en el entendimiento tenemos conceptos empíricos y conceptos puros (categorías):

  • Los conceptos empíricos provienen de la experiencia. Después de observar y comparar, se extraen las características comunes de diversos objetos y se forman conceptos como los de casa, animal o ser humano.

  • Los conceptos puros, también llamados categorías, son las estructuras a priori del entendimiento. Las categorías no provienen de la experiencia, sino que la estructuran. Son creaciones espontáneas del entendimiento que sintetiza la realidad elaborando juicios.


Los fenómenos se forman por combinación de intuiciones sensibles y categorías. Sin conceptos, las intuiciones serían caóticas e informes. Pero las categorías, al ser sólo conceptos formales carentes de contenido, no nos aportan conocimiento si no se aplican a intuiciones: «conceptos sin intuiciones son vacíos; intuiciones sin conceptos son ciegas».

El giro copernicano hace que las categorías dejen de entenderse como maneras de decir el ser (Aristóteles), para pasar a convertirse en los conceptos que posibilitan que cualquier sujeto pueda construir juicios.

Kant distingue doce tipos de juicios, y a partir de ellos enumera doce categorías. Por ejemplo, los juicios categóricos del tipo «A es B» pueden realizarse mediante la aplicación de la categoría de sustancia-accidente. Ello quiere decir, no que las sustancias sean seres reales e independientes de la experiencia, sino que nosotros interpretamos la realidad, de manera necesaria (es decir, a priori), por medio de los conceptos de sustancia y accidente, conceptos que no provienen de la experiencia sino que la estructuran.

Sucede del mismo modo con el problema de la causalidad. La causalidad no es algo que esté en los objetos, pero no por ello deja de tener validez como pensaba Hume. La categoría de causa-efecto es la que nos posibilita realizar juicios hipotéticos como «Si C es D, A es B». La causalidad es una condición de posibilidad de la experiencia.

Las leyes de la naturaleza son, pues, juicios sintéticos a priori en los que se aplican las categorías a las intuiciones sensibles.

Tabla de los juicios y las categorías


Ejemplo de juicio

Juicios

Categorías

Por la cantidad

Un A es B

Algún A es B

Todo A es B

Singulares

Particulares

Universales

Unidad

Pluralidad

Totalidad

Por la cualidad

A es B

A no es B

A es no B

Afirmativos

Negativos

Infinitos

Realidad

Negación

Limitación

Por la relación

A es B

Si C es D, A es B

A es B o C

Categóricos

Hipotéticos

Disyuntivos

Sustancia-accidente

Causa-efecto

Comunidad

Por la modalidad

A es posiblemente B

A es realmente B

A es necesariamente B

Problemáticos

Asertóricos

Apodícticos

Posibilidad

Existencia

Necesidad














Dialéctica trascendental

En la dialéctica trascendental, Kant analiza la tercera de las facultades cognitivas. Una vez que el entendimiento ha subsumido las impresiones bajo conceptos y los ha asociado formando juicios, la razón entra en escena relacionando estos juicios en argumentaciones o razonamientos que tratan de proporcionar conocimientos cada vez más generales. La razón es, por lo tanto, según Kant, la facultad de razonar o avanzar buscando principios más generales.

Sin esta labor de la razón, el conocimiento sería fragmentario. Gracias a los razonamientos, englobamos los juicios y las leyes del entendimiento en principios cada vez más generales, que nos permiten explicar una mayor cantidad de fenómenos. Esta tendencia está condicionada por las formas a priori de la razón –las tres ideas trascendentales:

  • Idea de Alma. Bajo esta idea, la razón subsume todos los fenómenos subjetivos procedentes de la experiencia interna. Los unifica, dándoles identidad, bajo la idea de Yo.

  • Idea de Mundo. Esta idea sirve para unificar y tratar como un todo los fenómenos de la experiencia externa. Así, considera que los fenómenos objetivos proceden de un único y mismo mundo.

  • Idea de Dios. Bajo esta idea agrupamos tanto los contenidos de la experiencia interna como los contenidos de la experiencia externa. Es, por ello, el principio más general, en tanto que unifica los fenómenos del Yo y también los del Mundo.

Según Kant, las ideas no tienen otra misión que la de motivar a la investigación científica. Constituyen reglas interpretativas o heurísticas, pero no son principios constitutivos de conocimiento, es decir, no son aptas para elevar la intuición a conceptos y producir conocimientos. Las ideas trascendentales son, pues, solo principios reguladores. Por ejemplo, para orientar nuestra investigación, podemos reunir la totalidad de los fenómenos anímicos en una unidad que pensaremos que es el «alma», pero tal alma será solo una idea, no una realidad objetiva.


Crítica a la metafísica

La metafísica no se limita a considerar las ideas trascendentales como principios reguladores que orientan nuestra investigación, sino que las concibe como realidades últimas que dan sentido y finalidad a todo lo que sucede en la experiencia.

Cuando la metafísica pretende aportar conocimiento nuevo, haciendo un uso inadecuado de la razón, cae en ilusiones, falacias y contradicciones.

Kant ve en esa práctica la ambición desmesurada de la razón, que quiere ir más allá de los fenómenos y acceder a la realidad o cosa en sí: el noúmeno. Este paso es ilegítimo, pues el noúmeno es inaccesible para el ser humano, constituye el límite de aquello que se puede conocer.

Sin embargo, para Kant la metafísica responde a una tendencia natural en el ser humano: avanzar hacia principios cada vez más generales.

La metafísica no es una ciencia ni llegará nunca a serlo. Cuestiones como la libertad personal, la inmortalidad del alma o la existencia de Dios jamás podrán ser demostradas. La razón pura o teórica, como fuente de conocimiento, no puede resolverlas. Por este motivo, desde el ámbito del conocimiento, solamente se puede justificar con coherencia una posición agnóstica. Ahora bien, el ser humano no se limita a conocer, sino que también vive y actúa. Así que las tres ideas trascendentales (Alma, Mundo, Dios) cumplirán su función natural en el ámbito de la razón práctica.


3. Uso práctico de la razón

El uso práctico de la razón aborda el ámbito de la ética, y a ello se dedica el libro Crítica de la razón práctica.

A diferencia de la razón teórica, la razón práctica siempre es pura, pues, según Kant, para que una acción sea ética nunca puede estar condicionada por motivaciones empíricas.

Al igual que la razón teórica partía de la ciencia newtoniana como un hecho ya establecido, la razón práctica parte de una constatación: todos los seres humanos sabemos identificar el sentimiento de buena voluntad, consistente en cumplir el deber por el deber al margen de cualquier inclinación egoísta.

La ética kantiana es formal, pues no propone ningún contenido material como supremo bien (la felicidad, el placer, etc.), sino que investiga sobre las condiciones de posibilidad de la moralidad.


El imperativo categórico

La buena voluntad se presenta a la razón en forma de mandato, de imperativo, es decir, bajo la forma debe hacerse X. Caben para los imperativos dos formas lógicas, de manera que estos pueden ser hipotéticos o categóricos.

Los imperativos hipotéticos son aquellos cuya estructura lógica es la de un condicional: «Si deseas…, entonces…». En ellos la validez del mandato depende de que las consecuencias de la acción tiendan a satisfacer la condición deseada subjetivamente por la voluntad. Por ejemplo: «Si deseas ser feliz, entonces evita el dolor». De este tipo son los imperativos de todas las éticas materiales, ya que en ellas lo que determina el querer de la voluntad, los motivos que la llevan a actuar, son imperativos ligados condicionalmente a su deseo (de felicidad, placer o utilidad). Estos imperativos no tienen validez universal. Una ley moral necesaria no puede tomar la forma de un mandato hipotético; este solo puede servir como máxima para la acción en circunstancias concretas para alcanzar ciertos fines empíricos subjetivos.

En cambio, los imperativos categóricos tienen una validez incondicionada y absoluta, ya que no dependen de la satisfacción de ninguna condición empírica. A diferencia de las máximas, la razón prescribe en este caso para una voluntad universal, desligada de sus motivaciones e intereses subjetivos. Dado que la voluntad está determinada en este caso por la ley formal a priori y no por ninguna apetencia, solo los imperativos categóricos pueden ser la base de una moral universal y necesaria, es decir, objetiva.


Primera formulación del imperativo categórico

A partir de la diferencia entre los principios prácticos de las éticas materiales y formales, Kant introduce su primera tesis: una ley moral objetiva –universalmente válida– ha de legislar para toda voluntad racional y tomar la forma de un imperativo categórico. Siendo así, Kant efectúa la primera formulación de tal imperativo: Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal, lo que significa tomar como motivo de la acción una regla práctica que nuestra voluntad estuviese dispuesta a asumir como norma para toda voluntad que no sea la suya.

Esta primera formulación del imperativo permite a Kant marcar la frontera entre la legalidad y la moralidad. Para Kant no basta actuar conforme a la ley para actuar moralmente. La ley formula sus normas bajo la forma de imperativos hipotéticos tales como «haz esto si no deseas ser sancionado» o «haz aquello si deseas una recompensa», de modo que la voluntad que actúa de acuerdo a la legalidad lo hace movida por un interés empírico en lugar de por una ley a priori.

También vemos aquí, en el terreno de la ética, cómo emprende Kant un giro copernicano. La validez de la ley moral no procede de su ajuste con el concepto de «lo bueno», sino a la inversa: lo bueno es actuar conforme a la ley moral, cuya validez es universal porque tiene su origen en los principios a priori de la razón.


La autonomía moral

En el caso de las éticas materiales, la validez de la ley moral es subjetiva pues tiene su origen en un contenido empírico, en un deseo de la voluntad. En este sentido la voluntad actúa no por respeto a la ley, sino por las consecuencias que se derivan de la acción; la conciencia es heterónoma (está determinada no por ella misma, sino por condiciones empíricas). Pero en el marco de una ética formal la voluntad quiere actuar solo por deber, luego es preciso establecer cuáles son las condiciones que hacen que el hecho de la moralidad sea posible.

Para que la moralidad sea posible, es necesario considerar que la moral es autónoma (es decir, que se determina a sí misma), y, por tanto, se habrá de postular la existencia de la libertad de la voluntad. La autonomía es el origen de la ley, lo que unido a la afirmación de que la ley tiene su origen en la razón pura, le lleva a Kant a considerar que cada individuo tiene dignidad en tanto que ser racional. De aquí la segunda y tercera formulación del imperativo categórico: Obra de tal manera que la voluntad pueda considerarse a sí misma, mediante su máxima, como legisladora universal, y Obra de tal manera que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio.


Postulados de la razón práctica


1. El postulado de la libertad de la voluntad

Sólo somos morales cuando lo que nos mueve es la voluntad de cumplir con nuestro deber. Ahora bien, hablar de moralidad presupone aceptar que somos seres con capacidad para decidir nuestra actuación.

El mundo fenoménico se rige por la categoría de causa-efecto y las leyes de la naturaleza; es, pues, un mundo determinista, donde no hay lugar para la libertad. La existencia de la libertad humana es indemostrable científicamente, pues supone aplicar ideas trascendentales al material empírico, lo que se opone a las tesis de la Crítica de la razón pura.

Sin embargo, la autonomía de la voluntad implica necesariamente que esta es al mismo tiempo sujeto y objeto de la ley moral. En tanto que razón práctica, la voluntad es el origen de la ley y del deber, y, en tanto que voluntad, quiere la acción conforme a la ley que emana de ella misma. Pero ¿qué sentido tendría este ejercicio de autodeterminación de la voluntad, el querer lo que ella se ordena, si no se acepta previamente que la voluntad es libre?

La libertad de la voluntad humana es, por tanto, condición de posibilidad de la moralidad.


2. El postulado de la inmortalidad del alma

La virtud a la que se nos ordena aspirar por el imperativo categórico es, según Kant, la concordancia perfecta de la voluntad y el sentimiento con la ley moral.

Pero, aunque la voluntad no se encuentra determinada por la ley de causalidad que rige el mundo fenoménico, esto no lleva a Kant al extremo de afirmar que la voluntad humana se presenta completamente desligada del mundo de los deseos, de las necesidades físicas y psicológicas.

Una voluntad que no hubiese de reprimir y dominar sus tendencias y apetitos sensibles para actuar conforme al deber debería ser una voluntad santa. Pero esta concordancia completa de la voluntad con la ley moral es «una perfección de la cual no es capaz ningún ser racional del mundo sensible en ningún momento de su existencia».

Por lo tanto, si la virtud perfecta es ordenada por la razón en su uso práctico y, al mismo tiempo, no es alcanzable por ningún ser humano en ningún momento, entonces esta perfecta virtud se tiene que realizar en la forma de un progreso indefinido, infinito, hacia el ideal. «Pero este progreso infinito no es posible más que sobre la base del supuesto de una duración infinita de la existencia y de la personalidad del mismo ser racional, y esto se llama inmortalidad del alma».

Por tanto, aunque la inmortalidad del alma es indemostrable por la razón en su uso teórico, sí que puede establecerse como postulado de la razón práctica.


3. El postulado de la existencia de Dios

Para Kant, quien hace lo que debe es digno de ser feliz, pero no tiene su felicidad garantizada. El comportamiento correcto no necesariamente se recompensa en el mundo empírico.

El bien supremo para el bien humano sería que coincidieran la virtud y la felicidad. La felicidad no puede ser el fundamento de la virtud (pues nos hallaríamos ante una ética heterónoma), pero sí desearíamos, por razones éticas, que la virtud fuera causa de la felicidad. Es decir, que quien es digno de ser feliz fuera también feliz de hecho.

Que la virtud produce la felicidad es un enunciado falso en el mundo fenoménico, como nos muestra la experiencia; sin embargo, tal enunciado podría ser verdadero en el mundo inteligible.

Kant describe la felicidad como «el estado de un ser racional en el mundo, tal que en la totalidad de su existencia todo procede según su deseo y su voluntad». Pero el ser racional que está en el mundo no es autor del mundo, ni puede gobernar la naturaleza de tal modo que se establezca de hecho una conexión necesaria entre la virtud y la felicidad. Por tanto, hemos de postular «la existencia de una causa del todo de la naturaleza, que sea distinta de la naturaleza y contenga el fundamento de esa conexión, a saber, de la armonía exacta de la felicidad con la moralidad». Esta causa distinta a la naturaleza debe ser un ser inteligente capaz de proporcionar la felicidad a la moralidad.

La conexión entre virtud y felicidad nos obliga, pues, a postular la existencia de Dios.


4. El problema de Dios


Según Kant, los tres argumentos tradicionales para defender la existencia de Dios no tienen validez. Ello se debe a que hacen un empleo inapropiado de la razón en su uso teórico. La idea de Dios, sin embargo, encuentra su sentido como postulado de la razón práctica. «Tuve, pues, que suprimir al saber para dejar sitio a la fe», dirá Kant. Veamos sus críticas a los argumentos tradicionales:

  • Argumento ontológico. La existencia no es un predicado, sino una categoría basada en la constatación empírica. Pero precisamente Dios, por definición, no puede presentarse como fenómeno en la experiencia.

  • Argumento cosmológico. Es un uso ilegítimo de la categoría de causalidad, ya que se utiliza más allá del ámbito de la experiencia.

  • Argumento teleológico. Esta prueba emplea conceptos empíricos (tomados de la técnica humana: arquitectura, artesanía, etc.) para representar, en una extrapolación ilegítima, la totalidad de la experiencia, concibiéndola como obra de una Inteligencia Suprema.

Kant defiende el concepto de religión más seguido entre los hombres de la Ilustración: el deísmo. La religión de Kant es la «religión de la mera razón», una religión racional consistente en «el cumplimiento de todos los deberes humanos como mandamientos divinos». En esta religión no caben milagros, misterios o medios sobrenaturales. La Iglesia que corresponde a esta religión natural no es sino una comunidad ética de «hombres bienintencionados». Cualquier otra religión es ilusoria.


5. Política

En un sentido inverso a Platón o Aristóteles, Kant da prioridad a la ética frente a la política. «Aunque la proposición la honradez es la mejor política encierra una teoría que la práctica lamentablemente contradice con frecuencia, la proposición, igualmente teórica, de la honradez es mejor que la política, infinitamente por encima de toda objeción, es la condición ineludible de aquella primera».

En uno nuevo ejemplo de giro copernicano, no sería la realidad política la que determina la conciencia moral, sino al revés.

Kant está convencido de la idea de progreso propia de la ilustración, pero enfocándola más en el progreso de la conciencia ética que en el avance tecnológico. Concibe la historia misma de un modo teleológico, finalista, como un progreso indefinido de la moralidad humana: «podré, por lo tanto, tener por cierto que el género humano se halla en un avance constante en cuanto a la cultura, que progresa hacia mejor en cuanto a la finalidad moral de su existencia y que esto puede ser interrumpido temporalmente, pero nunca quebrado de manera definitiva.»

Esta historia humana no ha sido fácil. Piensa, como Hobbes, que el estado de naturaleza es un estado de guerra en el que nadie tiene seguridad ni se la ofrece a otro. Cada uno busca la satisfacción de sus deseos egoístas, de modo que el resto de seres humanos son tanto obstáculos como instrumentos a la vez. En este estado de naturaleza, el individuo no puede soportar a los demás, pero tampoco prescindir de ellos. Pero es precisamente por esta –en palabras de Kant– insociable sociabilidad como surgió la cultura humana y se fundó el derecho.

Toda la política debe subordinarse al derecho: «el derecho no tiene nunca que adecuarse a la política, sino siempre la política al derecho». El derecho consiste en un estado de coerción en el que un señor o dueño quebranta las voluntades egoístas e impone, mediante su poder irresistible, un orden de relaciones entre individuos. Aunque el derecho público no puede crear la moralidad interna de las acciones (pues, entonces, la moral sería heterónoma), es la condición de posibilidad de que haya libertad en las relaciones externas de los sujetos morales, de que el arbitrio de uno pueda conciliarse con el arbitrio de otro.

Si de Hobbes recibe la idea del estado de naturaleza como estado de guerra, de Rousseau toma Kant la idea del contrato social. Sin embargo, este contrato no es un fenómeno empírico que deba suceder en el futuro, sino un ideal de la razón. Como realidad puramente práctica, no fenoménica, el contrato social se convierte en una especie de cuarta formulación del imperativo categórico, «la de obligar a todo legislador a que dicte sus leyes como si estas pudieran haber emanado de la voluntad unida de todo un pueblo», constituyendo así el criterio para la legitimidad de toda ley pública, de su adecuación al concepto moral del derecho y de la correspondiente facultad moral de coaccionar.

Por último, el sentido teleológico de la historia le conduce a Kant a la idea de la paz perpetua. «No debe haber guerra» es un imperativo categórico que nos dicta nuestra razón práctica. El estado de guerra entre las naciones es semejante al estado de naturaleza entre individuos. Kant propone la instauración de un Estado mundial que regule las relaciones internacionales. Aunque esta paz perpetua es utópica, es el fin último del derecho al que debemos aspirar. «La paz perpetua es ciertamente una idea irrealizable. Pero los principios políticos que a ella tienden, o sea, integrar aquellas asociaciones de estados que sirven para la aproximación continua a ella, no lo son; sino que, antes bien, así como esta es una tarea fundada en el deber y, por consiguiente, también en el derecho de los hombres y los Estados, son en todo caso realizables.» Al menos, podemos comenzar –piensa Kant– por una federación de estados libres.




La antropología de Kant

Toda la filosofía de Kant es antropología. Las grandes preguntas de su pensamiento [¿qué puedo saber? (gnoseología), ¿qué debo hacer? (ética) y ¿qué puedo esperar? (religión)] se resumen en una sola: ¿qué es el hombre?

Ante la pregunta del problema del hombre en Kant, habría que explicar su doble dimensión: fenoménica (uso teórico) y nouménica (uso práctico). En tanto que fenómeno, el hombre no es libre, puesto que está determinado por las leyes de la naturaleza –física newtoniana. En tanto que nouménico, el hombre se ha de postular como libre, inmortal y con fe en un Dios racional (deísmo).

Por otra parte, el hombre tiende a contemplar la naturaleza conforme a la categoría de finalidad. De ahí que se pueda considerar la historia, teleológicamente, como un progreso infinito de la conciencia moral humana.


Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.